El Ángel

Crítica de Ezequiel Obregon - Leedor.com

A partir de un guión que escribió junto a Sergio Olguín y Rodolfo Palacios, Luis Ortega da su primer paso “mainstream” (al menos en el cine, en televisión hizo Historia de un clan) con El ángel, sobre la vida y los crímenes que cometió Carlos Robledo Puch antes de ser enviado a prisión a comienzos de la década del ‘70. El resultado es un relato sólido, de cuidada producción, que tiene osadía pero toma distancia de las apuestas más autorales del director de Caja negra (2001) y Dromómanos (2012).

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“Vagando por las calles, mirando a la gente pasar, el extraño de pelo largo sin preocupaciones va”, dice la letra de El extraño de pelo largo, precisamente, de La joven guardia. Con este tema icónico empieza y termina El ángel, en una elección que no es nada casual. Las estrofas invitan al espectador a pensar qué (se) sabe y qué no (se) sabe de uno de los jóvenes pelilargos más famosos de la cultura popular nacional, aunque hoy sepamos que nada queda de esa melena rubia que enmarcó un rostro angelical.

No hay que buscar en esta película una “explicación” sobre la psicología criminal. A Luis Ortega no le interesa predicar tesis alguna. Casi como al pasar, como mero apunte contextual, aparecen en el relato algunas hipótesis criminalísticas (bastante caducas hoy, por cierto) sobre el prontuario de Robledo Puch. Pero a decir verdad nada sirve para comprender de forma positivista qué pasaba por la mente de quien asesinó a once personas y cometió tantísimos robos. El director nos arroja a un tour de force en donde importa lo momentáneo. Ni siquiera el personaje roba por necesidad o se interpela demasiado sobre la materialidad de aquello de lo que se apropia. No es importante.

El trayecto de sus crímenes aparece marcado a fuego por la presencia de su amigo Ramón (Chino Darín), su objeto de deseo. En su seno familiar (enrarecido, intrigante, en buena medida gracias a las impecables actuaciones de los padres, compuestos por Daniel Fanego y Mercedes Morán) se empieza a perfilar todo el delirio que finalmente decanta como pura pulsión de destrucción. Es en esa casa derruida en donde se gestan los robos, en una sociedad en principio tripartita (Ramón, su padre y “Carlitos”) en la que finalmente ingresará un integrante más (Peter Lanzani).

El ángel también puede ser pensada como una película que, a partir de la fantasía y el derrotero de su criatura, señala la hipocresía y la decadencia de un modelo familiar al que el personaje se rehúsa a pertenecer. El andar cansino de sus padres (interpretados por el chileno Luis Gnecco y Cecilia Roth) sintetiza el agobio de la clase media aspiracionista y es la contrapartida de su paso juguetón, aniñado. Podemos decir que su mirada sobre los crímenes que comete resulta más “amoral” que “cruel”.

La estilización de la violencia que propone Ortega nos ubica de frente a los deseos del ángel, a su necesidad de habitar el mundo que él mismo quiere construir, casi como si se tratara de un niño que aún no comprende las reglas que el mundo adulto le impone. Reglas para él y para a todo aquel que se precie de vivir en civilidad. En la estupenda actuación del debutante Lorenzo Ferro colabora mucho el trabajo sobre la mirada; indolente cuando se trata de matar (porque allí no hay vidas, sino impedimentos) pero fantasiosa cuando percibe a Ramón, lo que le permite a la película explorar la tensión homoerótica que se suscita entre ambos.

Aunque no tenga las aspiraciones autorales de su obra previa, El ángel confirma a Luis Ortega como un director pleno en ideas. No todas llegan a tener un gran nivel, pero en cada secuencia se percibe el riesgo, la búsqueda constante, la intención de extraer del lenguaje del cine las mejores herramientas. Hay algunos momentos que nos recuerdan al mejor Scorsese, como la secuencia del accidente en el túnel, en donde al casi quirúrgico trabajo de montaje se le suma la voz de Palito Ortega en la bella y triste La casa del sol naciente. Una síntesis de la osadía y el encanto que asumió este Robledo Puch, sin lugar a dudas tamizado por la poética que el realizador propone, en el que se condensan el encanto de un niño, el peligro del criminal y la figura del poeta maldito.