El amor menos pensado

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

LOS ANTOJOS

No debe haber tragedia peor para una película que la de revelar de manera inconsciente su propia futilidad. En El amor menos pensado eso sucede durante una sesión de chateo entre Marcos (Ricardo Darín) y su hijo. El hombre se separó de Ana (Mercedes Morán), su esposa de varios años, y desde entonces vaga por relaciones infructuosas. Y cuando el pibe le pregunta qué es lo que estuvo buscando en todo este tiempo -ya van casi como tres años de “divorcio”- el tipo no sabe qué responder, básicamente porque ni él ni la película tienen muy en claro el rumbo hacia donde se dirigen la cosas. Hay sí una seguridad en la ópera prima del habitual guionista y productor Juan Vera: El amor menos pensado quiere ser una comedia de rematrimonio a la vieja usanza, aprovechando un poco el molde contemporáneo que aporta Judd Apatow. Pero es una seguridad que expresa sólo en el qué: el cómo es lo que está totalmente en deuda en la película.

Ese no saber del protagonista responde también a la sumatoria de elementos arbitrarios y antojadizos que recorren la narración a lo largo de sus extensos 136 minutos, y que en la mayoría de los casos no tienen una red conceptual que los contengan. La ruptura de la pareja es el máximo ejemplo de eso: Marcos y Ana, ante la instancia del nido vacío y de la necesidad de seguir con sus vidas ya sin aparentes objetivos que perseguir, descubren que no se aman. Lo hacen en una típica escena que se construye a partir de una premisa aparentemente ingenua que va descubriendo un mundo de oscuridad. O debería descubrir, porque en verdad no pasa y más allá del largo prólogo que Juan Vera edifica, los indicios que llevarían a una ruptura tan profunda no aparecen. Hay que decirlo, Marcos y Ana son un poco exagerados; pero la película no porque aprisiona todo ese devenir de búsquedas de parejas entre las paredes de la comedia televisiva nacional más convencional. Sólo algunos raptos de humor absurdo aparecen por ahí (Juan Minujin, Andrea Politti -muy divertida-), pero también son raptos apenas funcionales para desarrollar cierta idea conservadora del frikismo que se encuentra cuando se buscan amores por los arrabales de las relaciones humanas (Tinder, ¡oh qué horror!). Vera deja pasar así la oportunidad de tirarse de cabeza a la búsqueda de un humor guarro o más escatológico, aunque también está claro que el target al que apunta El amor menos pensado está lejos de esos universos chirriantes. A la sumatoria de antojos, pongamos también la ruptura de la cuarta pared (surge esporádicamente, pretende jugar con un suspenso inexistente y además quiere ser de a dos pero mayormente sostiene el punto de vista del personaje masculino) y la utilización de citas intelectuales que también aparecen por allí para recordarnos cada tanto que los personajes leyeron un libro, y que el director vio varias de Woody Allen (y no las entendió).

Lo antojadizo de gran parte del relato podríamos adjudicarlo a la inexperiencia de un director debutante, aunque Vera es alguien vinculado desde hace mucho tiempo con el cine, ya sea como productor o guionista. También, a la novedosa presencia de Darín como productor y su escasa visión para determinar dónde cortar y dónde se está siendo redundante. Por eso que lo peor de El amor menos pensado es el montaje: ya no se trata de señalar planos largos que podrían estar buceando en el interior de los personajes, sino planos que se extienden más de la cuenta, incluso en instancias donde los intérpretes parecen estar reacomodándose para continuar la escena. Hay una discusión entre Marcos y una de sus parejas (Andrea Pietra) en la que los personajes van del living al dormitorio en esa suerte de loft que habitan, se reacomodan dentro del espacio, y el plano continúa cuando debería haber cortado para darle continuidad a la escena por medio de la edición. Cuando Darín pasa caminando del living al dormitorio, nos quedamos esperando que la luz baje y se cambie el cuadro, como en el teatro. Y no es ese el único momento en que El amor menos pensado hace recordar al teatro sin que eso signifique una búsqueda estética: sólo observar la cantidad de planos frontales y cómo Vera registra los espacios interiores.

Hay algo que sí funciona muy bien en la película, y es la química entre Darín y Morán. Incluso la química entre los protagonistas y el resto de los personajes secundarios (lo de Darín y Luis Rubio o lo de Morán y Jean Pierre Noher es muy bueno), lo que también evidencia cierto tufillo rancio: el de un cine de actores, donde la imagen y la forma cinematográfica quedan absolutamente relegados y al servicio de las estrellas. Igual, seamos claros: El amor menos pensado no es el horror de las comedias de Suar, esos universos cancheros que actualizan subterráneamente miradas conservadoras; es apenas una película discreta que se cree un poco por encima de sus propias posibilidades.