El amor menos pensado

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Juan Vera es uno de los principales ejecutivos de Patagonik, una de las compañías más grandes del cine argentino. Tras dedicarse durante casi dos décadas a producir a otros cineastas (Juan José Campanella, Pablo Trapero, Ariel Winograd y una larga lista), comenzó a desandar un camino paralelo primero como guionista (Igualita a mí, 2 + 2, Mamá se fue de viaje) y ahora también en la dirección, ya que debuta con esta comedia romántica (técnicamente sería del subgénero “de rematrimonio”) de la que también es coautor.

Hay múltiples aristas interesantes y enfoques posibles a la hora de analizar los logros y carencias, hallazgos y traspiés, sorpresas y lugares comunes de El amor menos pensado, pero voy a iniciar con un aspecto que me parece define las búsquedas y los alcances de la película: dura 136 minutos. El cliché del crítico sería decir que es larga, que algunas escenas no aportan demasiado, que una mayor concisión beneficiaría el resultado final, pero aunque algo de todo eso pueda ser verdad prefiero buscarle el costado positivo.

Cuando el manual del buen producto popular indicaría que una comedia romántica profesional, barata y al mismo tiempo eficaz podría resolverse en 90 minutos, Vera siempre va por más: muchas escenas, muchos conflictos, muchas locaciones, muchos personajes. No es un film hecho para zafar, para salir fácilmente airoso, para mostrar como carta de presentación (“soy productor pero también puedo dirigir”), sino una propuesta de género con algunos elementos de fórmula que buscan empatizar con un público masivo (más precisamente con el segmento de +50 años que todavía ve cine en el cine), pero que está hecha con convicción y sensibilidad. Cuando podía pensarse en un proyecto concebido desde el cálculo y la demagogia, El amor menos pensado tiene peso específico, tiene carnadura, tiene intensidad emocional. El lector podrá pensar que eso es lo mínimo que hay que exigirle hoy al cine mainstream argentino, pero convengamos que hace algunas semanas se estrenó Bañeros 5 y que dentro de la comedia romántica hemos asistido a no pocos subproductos que daban vergüenza ajena, o casi.

tiene algunos recursos a esta altura bastante trillados del género (como romper la cuarta pared), que la narración en off a cargo de Darín por momentos luce demasiado ampulosa, que algunas apariciones de personajes secundarios (divertidas e ingeniosas como son) parecen unipersonales, pero incluso los “caprichos” desaconsejados en el cine actual (como dejar la versión completa de Rezo por vos que Mariú Fernández canta en el subte) resultan una bienvenida rareza y, por qué no, también una audacia.

La película tiene un punto de partida que remite a El nido vacío, aquel film que Daniel Burman rodó hace una década con Oscar Martínez y Cecilia Roth. En este caso, Marcos (Ricardo Darín) y Ana (Mercedes Morán) son un matrimonio que lleva 25 años juntos con bastante armonía y humor. Pero, cuando su único hijo se marcha a estudiar a España, empiezan a percibirse ciertas incomodidades, ciertos silencios, ciertas inquietudes. Hasta que surgen las preguntas fatídicas y, de común acuerdo, llega el tiempo de la separación (y la flamante soltería).

Cuando el film parece destinado a un sentimentalismo a la italiana, Vera decide apostar de lleno por la comedia y mete algunos plenos como el secundario del mejor amigo de Marcos (Luis Rubio, toda una revelación) o los encuentros zafados de él (un profesor de Literatura) en una cita vía Tinder con una hilarante Andrea Politti y de ella (una especialista en estudios de mercado y focus group) con un seductor presuntuoso (Juan Minujín).

tiene algunos recursos a esta altura bastante trillados del género (como romper la cuarta pared), que la narración en off a cargo de Darín por momentos luce demasiado ampulosa, que algunas apariciones de personajes secundarios (divertidas e ingeniosas como son) parecen unipersonales, pero incluso los “caprichos” desaconsejados en el cine actual (como dejar la versión completa de Rezo por vos que Mariú Fernández canta en el subte) resultan una bienvenida rareza y, por qué no, también una audacia.

La película tiene un punto de partida que remite a El nido vacío, aquel film que Daniel Burman rodó hace una década con Oscar Martínez y Cecilia Roth. En este caso, Marcos (Ricardo Darín) y Ana (Mercedes Morán) son un matrimonio que lleva 25 años juntos con bastante armonía y humor. Pero, cuando su único hijo se marcha a estudiar a España, empiezan a percibirse ciertas incomodidades, ciertos silencios, ciertas inquietudes. Hasta que surgen las preguntas fatídicas y, de común acuerdo, llega el tiempo de la separación (y la flamante soltería).

Cuando el film parece destinado a un sentimentalismo a la italiana, Vera decide apostar de lleno por la comedia y mete algunos plenos como el secundario del mejor amigo de Marcos (Luis Rubio, toda una revelación) o los encuentros zafados de él (un profesor de Literatura) en una cita vía Tinder con una hilarante Andrea Politti y de ella (una especialista en estudios de mercado y focus group) con un seductor presuntuoso (Juan Minujín).

La película pendula entre la bienvenida, ingeniosa y superficial escena de la cata de empanadas (tucumanas o salteñas) y momentos en los que aflora un retrato más generacional (a la Lawrence Kasdan, digamos) sobre cierto desencanto de los hoy burgueses y que alguna vez fueron los iracundos jóvenes de los '60. El film es un ensayo bastante mordaz y decididamente reconocible sobre la angustia existencial, los artilugios para mantener el deseo y las búsquedas para romper con el conformismo.

Más allá de la solvencia del guión y la inteligente (por momentos incluso elegante) puesta en escena, son Darín y Morán -perfectos en su coraza cargada de ironía y cinismo, pero al mismo tiempo vulnerables en sus contradicciones- quienes hacen brillar los mejores momentos y logran “maquillar” los menos lucidos. La “química” entre ellos era el gran desafío y termina siendo el principal aliado de una película de recursos nobles y con destino masivo.