El amor de Robert

Crítica de Rodrigo Chavero - El Espectador Avezado

Pasión en el crepúsculo

Cuando leía la gacetilla de prensa, enseguida me di cuenta que "Lovely, still" había tenido un serio problema de distribución en USA. Claro, las películas con protagonistas de la tercera edad no abundan y en general, salvo raras excepciones, no llevan gente a las salas. Recuerdo en Argentina, "Elsa y Fred" (más de medio millón de espectadores en 2005) pero no me vienen a la mente grandes sucesos en relación con esta temática. La vejez, la muerte, el abandono y los duelos son lugares que el público prefiere no transitar masivamente. De más está decirles que a pesar de que en "El amor de Robert" encontramos a dos soberbios actores como Martín Landau y Ellen Burstyn, venderla y llevarla a los cines no fue tarea fácil. Su director, el debutante Nicholas Fackler, tuvo positivo feedback de la industria, pero el hecho de su corta edad (23 al iniciar el rodaje) junto a los aspectos ya comentados, hicieron que el enorme trabajo que hizo con su equipo tuviera una llegada limitadísima. Es un film chiquito y lo han visto muy pocas personas en todo el mundo, por lo que hay que destacar el valor de quienes lo trajeron aquí.

La historia de "Lovely still" es una historia de amor. Sí, lo es. No tradicional (en pantalla pocas veces vemos el desarrollo de un romance en nuestros adultos mayores) y bastante fuerte, desde lo emotivo. La muerte es una situación límite que nos incomoda como audiencia y cuando en la pantalla somos testigos de los sinsabores y consecuencias que la edad trae (las enfermedades y la soledad, a la cabeza), escapamos. Más quienes tenemos padres que pronto recorrerán ese camino. No son situaciones lindas, la de ver como el cuerpo deja de responder, la mente se deteriora y nuestros seres amados preparan su partida de este plano. No, para nada. Aquí, "El amor de Robert" gira sobre dos grandes núcleos narrativos, el empezar a entablar una relación con alguien a una edad avanzada y el inexorable paso del tiempo que afecta la psiquis y el cuerpo del protagonista masculino. Ambos, están bien contados y transmiten al espectador muchas sensaciones reconocibles que afectan y resignifican momentos personales muy íntimos. Pero hay que sostenerlas desde la butaca.

Robert Malone (Martín Landau, ancianísimo ya) es un hombre de avanzada edad que vive solo. Trabaja de repositor en un pequeño mercado y su vida no tiene muchos matices, excepto que tiene por hobby la pintura y es bueno en él. Cuando empieza la película vemos que su auto está incrustado en la puerta del garage. Más tarde nos enteraremos que, según sus palabras, tenía que llegar al baño y no pudo estacionar como es debido. El vehículo, al parecer, lleva varios días ahí: primera conclusión (dolorosa), Robert está más que solo, puede morirse mañana y sólo lo notaría su jefe, un joven y simpático Adam Scott. Extrañamente, tiene una admiradora, una bella y madura mujer (que parece mucho más joven y sana que él), Mary (fantástica Ellen Burstyn) quien se acerca un día a ver cómo está, preocupada por lo que ve en la entrada de su casa (el auto). Entre los dos, hay atracción inmediata y la iniciativa para volverse a ver la toma la mujer, quien invita a Robert a cenar al día siguiente. El hombre accederá y tendrá que recibir consejos de su empleador sobre como relacionarse en una cita normal, ya que parece desconocer las convenciones del rito. De ahí en más, Mary y él comenzarán una relación, pero a la vuelta de la esquina, Robert iniciará su via crucis personal cuando los síntomas de la enfermedad que se percibían se acrecientan hasta afectarlo mal.

"Lovely still" está muy bien actuada e incluso es un buen texto para teatro. Eso sí, el guión está poblado de silencios, la acción se hace a veces muy lenta y los eventos tienen el ritmo de la ancianidad: de a ratos parece que la película se quedó en pausa. Inmóvil. Landau usa todo su cuerpo para convencernos del infierno que atraviesa y lo hace bien. Me hizo acordar mucho su actuación a la de "Venus" de Peter O'Toole (2006). Aunque aquel era un relato más lumionoso y este más sombrio, ambos parecen pensados desde la esperanza. Es un film de difícil digestión. Durante gran parte del metraje el tiempo parece no transcurrir y cuando los hechos comienzan a desfilar caen sobre el espectador con insusitada violencia. No puedo decir que es una película mediocre, porque no lo es. Si que abusa de los golpes bajos y que es una propuesta para la que hay que ir preparados.

Correcta, pequeña, lenta y con un tema que no es amigable, quizás el último legado de un gran actor como es Martín Landau.