Amante doble

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

El primer plano es un primer plano de un examen vaginal. Marine Vacth, a quien François Ozon había dirigido en Jeune & Jolie, es Clhoé, no la está pasando bien, y no por esa escena. Sufre fuertes dolores estomacales, y ningún doctor da con la causa. Así que acude a la ayuda de un psicoanalista. Los dolores pasan, ella se siente mejor, pero Paul, el psicólogo, le dice que no puede seguir con el tratamiento.

En realidad quien no puede seguir es él, porque el sentimiento que tiene hacia su paciente le impide mantener esa relación. Halagada, Chloé se olvida del precio de la consulta y se transforma en su amante.

Enamorada de Paul (Jérémie Renier, de los filmes de los Dardenne y Elefante blanco, de Pablo Trapero), él tiene tiene un gemelo, que también es psicólogo, y con el que no se habla por algo del pasado. Cosa de hermanos.

Y Chloé se enamora de Louis en este filme tan loco que mezcla Cronenberg, Hitchcock, De Palma y hasta Polanski.

El tema del doble es recurrente y el director de La piscina y 8 mujeres le da una vuelta de tuerca. Juega entre lo erótico y lo macabro, pasa de la inocencia a la posesión. Hay un misterio oculto entre los gemelos, pero no conviene avanzar aquí mucho más.

El deseo, cuando es enfermizo, no suele ser bueno. Y en Amante doble también hay obsesiones y placeres casi imposibles de saciar. O de postergar.

Ozon conoce a sus personajes femeninos como pocos. Los abre, los secciona y los enfrenta o contrapone a los masculinos. En Amante doble el juego se torna más avieso y maquiavélico, y habrá a quienes les guste y a quienes les parezca que se pasó de rosca.

La fantasía aparece como pocas veces en sus últimas realizaciones, aunque siga rodando como un estilista. Onírico, la toma de otra identidad y el sometimiento de otro dan como para un tratado freudiano. La película de Ozon es tan rica que permite varias lecturas.