El acto en cuestión

Crítica de Rodrigo Chavero - El Espectador Avezado

Tengo el hábito de ver mucho cine nacional, lo saben. Mucho. Pero no había tenido la suerte de ver esta gema local de Alejandro Agresti, perdida aunque nunca olvidada (fue a Cannes y estuvo rodada íntegramente en Europa) de la que se hablaron maravillas en su tiempo, pero por esas cuestiones inexplicables nunca tuvo estreno comercial en Argentina. Les digo más, fue filmada en Europa del Este y su costo se estima en un millón de dólares de ese tiempo, solventados por productores locales y holandeses.
Sentía curiosidad por ver si el tiempo pasado había hecho mella en ella, o si su distancia con el presente era tan grande (en cuanto a ideas y técnica) que no sería de interés para las generaciones actuales.
Lo cierto es que "El acto en cuestión" es una verdadera pieza de colección. Y no cualquier colección. Esta película de Agresti es un auténtico hallazgo en la cartelera local. Posee un estilo único, desde la fotografía (está filmada en blanco y negro) hasta su banda de sonido (música de orquesta con Toshio Nakagawa a la cabeza), una dirección de arte notable (curiosamente de John Bramble y Wilbert Van Dorp) pasando por estupendas interpretaciones (con Carlos Roffé a la altura de su rol y un sólido Lorenzo Quinteros) y un guión porteño que respira nostalgia y aire ciudadano.
Porque de este terruño es Miguel Quiroga (Roffé), un hombre común, con aparentes pocas luces, que ama los libros y todos los días se roba uno distinto (pero sólo de negocios que comercializan usados , hay que decirlo) hasta que en un ejemplar encuentra una técnica de magia que comenzará a cambar su vida, radicalmente.
El hecho de aprender a hacer desaparecer cosas llevará a Miguel a una posición expectante, que pronto le dará fama, dinero y mujeres, y por supuesto, una gira para que el mundo conozca su talento. La cuestión es cuanto de cuerdo tiene el hombre y cómo aborda ese condición cuando su trayectoria artística comienza a entrar en crisis... Pero mejor no adelantar nada de lo que Agresti tiene para mostrar. Todo, vale la pena.
Los diálogos tienen una poesía triste, melancólica pero potente y sutil. Las alusiones a los desaparecidos, el reflejo de la idiosincracia porteña y el desarrollo de la locura, en esa espiral de ascenso irremediable, son también tópicos que revisten gran forma en la trama. Agresti muestra con este trabajo (de 1994) que su talento atraviesa el tiempo y que a pesar de que no rueda seguido en nuestro país, es uno de los grandes directores locales.