El abogado del crimen

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Entre gravedad y disparate

En su nuevo film Ridley Scott se divierte con personajes caricaturescos que pasan al rídiculo sin culpa, en el medio de un universo narco. Un menjunje estético y temático.

En la extraordinaria Scarface de Brian De Palma los culpables del tráfico de droga eran un grupo de militares y civiles bolivianos. En El abogado del crimen los responsables son los mexicanos, feos, sucios y malos, mientras los jefes de la merca miran para otro lado y necesitan de un consejero, el personaje sin nombre que interpreta Michael Fassbender, un buen actor de estos días. Pero más allá de ideologías –las culpas las tienen los otros, aun en las películas bienpensantes de Oliver Stone– el nuevo film del veterano Ridley Scott resulta imposible de encasillar bajos ciertos parámetros. El gran cineasta de tres títulos iniciales (Los duelistas; Alien y Blade Runner), no se toma en serio lo que cuenta, o por lo menos, parecería que quiso divertirse entre personajes caricaturescos, border, que pasan el ridículo sin culpa alguna. Hay una firma prestigiosa con el guión de Corman McCarthy, autor de Sin lugar para los débiles y La carretera, ahora el encargado de la pluma de este disparate vacío y pretencioso, pero también divertido y extraño dentro del cine conservador estadoudinense. Hay dos parejas en ciernes, el abogado sin nombre y su chica, Laura (Penélope Cruz) y, en contraste, los zarpados Reiner (Bardem con guayaberas y pelo teñido) y Malkina (Cameron Díaz, en plan vengo a divertirme un rato, cobro bien y me voy). Más tarde aparece el cowboy socio de Reiner, interpretado por Brad Pitt al estilo "vamos para adelante que esto es bueno", como hiciera en la violenta Escape salvaje del fallecido Tony Scott. Y, claro, el motivo principal es un cargamento de droga con dificultades para su traslado, momentos en que el director desencadena algunas orgías de violencia bien físicas y muy bien filmadas.
Pero El abogado del crimen es una película compleja de explicar. Por un lado, largas peroratas sobre la vida, el destino, los números que reditúan las drogas y el grupo de actores expresando sus parlamentos como si estuvieran interpretando Hamlet en el desierto de Texas. Por otra parte, una escena sexual al comienzo entre el abogado y su chica donde se dice más de lo que se muestra. A todo este mejunje estético y temático, se suman las escenas de violencia, que son pocas pero contundentes, como aquella que tiene al cowboy traficante como personaje central. Más la utilización del desierto como paisaje decorativo, la solemnidad de los textos, las camisas de Bardem, la malicia de Cameron Díaz como mujer perversa y jodida, las breves intervenciones de Bruno Ganz y Rubén Blades. Todo mezcladito, como un gran cóctel pirotécnico, donde hasta hay lugar para que Malkina se revuelque de placer y goce encima de un auto, convirtiendo a algunas escenas de Crash de David Cronenberg en una historia para chicos. Eso es El abogado del crimen, un film curioso.