Duro de matar: un buen día para morir

Crítica de Agustín Neifert - La Nueva Provincia

Otra entrega de una saga indestructible

En 1988 John McTiernan lanzó Duro de matar, basada en la novela Nada dura para siempre , de Roderick Thorpe y protagonizada por Bruce Willis como el policía neoyorkino John McClane. El filme renovó el género policial y trajo la desmesura en el cine, entre otras consecuencias.
Después llegaron otras tres versiones, con propuestas cada vez más alocadas e inverosímiles. En la cuarta es secuestrada Lucy, la hija de McClane, quien se lanza a rescatarla. En esta quinta entrega de la saga aparece finalmente Jack, el hijo, interpretado por el australiano Jai Courtney.
En la segunda secuencia se observa a McClane practicando tiro en un polígono y un ayudante suyo se acerca para informarle que finalmente localizaron a Jack, de quien el padre está distanciado y hacía varios meses que carecía de noticias.
"¿Morgue u hospital?", pregunta McClane. "Peor", le responde el interlocutor. Luego le aclara que está preso en Moscú y le advierte que en Rusia los policías suelen hacer las cosas a su manera. "Yo también", contesta McClane, quien inmediatamente vuela hacia la capital rusa.
Allí McClane se entera que Jack es un agente encubierto de la CIA y que su misión es proteger a Yuri Komarov, un preso político encarcelado desde hace cinco años por orden de su ex socio Víctor Chagarin, un hombre que se perfila como relevante figura política de su país.
Aunque McClane insiste una y otra vez que está de vacaciones, no puede impedir verse envuelto en increíbles y muy trajinadas aventuras, pero manteniendo su férrea "indestructibilidad".
Todo eso lo vive en compañía de su hijo, que registra la misma energía que el padre, pues como dice el refrán, "de tal palo, tal astilla". Lo único que lo diferencia es su falta de humor, que McClane no olvida, ni siquiera en los momentos más dramáticos.
La historia se desarrolla en dos escenarios: Moscú (aunque las secuencias fueron filmadas en Budapest), donde ocurren las imágenes más delirantes, con centenares de automóviles destrozados; y Chernobyl, pero el por qué de este sitio lo debe descubrir el espectador.
Desde el inicio del relato Chagarin se muestra interesado en recuperar un "expediente" que lo involucraría y que Komarov mantendría oculto en algún lugar. En realidad se trata de un McGuffin, de cuya existencia sólo tienen conocimiento Chagarin, Komarov y la hija de éste.
"¿Buscas los problemas o los problemas te encuentran a ti?", le pregunta Jack a su padre. "Es una pregunta que vengo formulándome desde hace mucho", responde. El espectador también.
En nuestra crítica de Duro de matar , la primera versión, la calificamos de "novísima expresión de cine catástrofe con envoltura policial". Si eliminamos "novísima", lo demás conserva su vigencia.
Aquí los "malos" vuelven a ser los rusos, como en la época de la Guerra Fría (¿qué dirá Putin de esto?), las acciones toman dimensiones dantescas y McClane se ha convertido en un estereotipo absoluto, con buen olfato como policía, pero con características de robot.
Lo más penoso son los diálogos que McClane mantiene con Jack, cuando intenta recuperar su condición de padre y que el hijo lo llame "papá" en lugar de John. Son una suerte de oasis en medio del caos y en esos momentos McClane se vuelve increíblemente nostálgico.