Downton Abbey

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

“No discuto, explico”, razona y determina Violet, la mayor de los Crawley, con esa mirada fulminante que sólo Maggie Smith puede mantener, a sus jovencísimos 84 años.

La serie Downtown Abbey llega a los cines en un filme que bien podría ser un “especial”, y que encuentra a los personajes de la casona en la campiña británica, tal como estaban en sus relaciones en su último episodio, hace cuatro años, cuando finalizó.

¿Hace falta haber visto la serie para disfrutar de la película? Se entiende perfectamente, aunque se pierdan guiños y, de entrada con tantos personajes, las relaciones puedan tardarse en comprender.

Lo básico es que tanto la aristocracia como la servidumbre en Downtown Abbey se ve convulsionada ante la carta -es 1927- que llega por correo anunciando la visita, por una noche, de los reyes de Inglaterra.

Lo primero que llama la atención no es que los diálogos, la escenografía y hasta las marcaciones de los actores parecieran detenidos en el tiempo -porque están igual-, sino que en las apretadas dos horas de la proyección campea un humor que, si bien el cinismo era una de las armas de los showrunners de la serie, se agradece y mucho.

Las disputas pasan entre los que se juntan a comer en la cocina, abajo, por desear servir a la realeza, cosa que no podía ser, ya que un día antes llegan un chef francés, un mayordomo y ayudantes para atender a los reyes. Y en los salones, porque una prima de Violet, Maud Bagshaw (Imelda Staunton), que acompaña a la reina, no tiene intenciones de nombrar como su heredero al hijo de Violet, Robert (Hugh Bonneville), sino a su asistente (Tuppence Middleton).

O sea que hay nuevos personajes, que encajan a la perfección, también peleas internas, alguna revelación que sorprenderá a los fans y todo, todo muy british.

Downtown Abbey se deja ver hasta con placer, incluidos los momentos en los que el culebrón asoma sin pedir permiso.