Dos tipos peligrosos

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Es una gran comedia de ésas que ya no se hacen

Dos tipos peligrosos es una de esas películas que ya no se hacen. Heredero de las comedias de acción con patéticos detectives más propia de la década de 1980 que de estos tiempos de superhéroes y franquicias fantásticas, este film se pudo hacer gracias a la perseverancia de su coautor y director Shane Black (no casualmente guionista de Arma mortal en 1987) y al aporte de dos estrellas, Ryan Gosling y Russell Crowe, que aceptaron el reto de interpretar a dos torpes antihéroes que están siempre al borde del ridículo y sufren todo tipo de desventuras.

Tras escribir y dirigir Iron Man 3, Black abandonó la factoría Marvel para regresar a su universo favorito con una historia ambientada en la Los Angeles de 1977, una urbe dominada por un tráfico imposible, una polución creciente y una fuerte degradación social. En ese sórdido contexto aparecen Jackson Healy (Crowe), un duro que se gana la vida quebrando huesos ajenos; y Holland March (Gosling), un detective privado, borrachín y padre (bastante ausente) de una simpática adolescente (Angourie Rice). Dos auténticos perdedores que, fruto de las casualidades, terminarán investigando juntos el asesinato de una actriz porno y buscando a una joven desaparecida para descubrir luego una gigantesca conspiración que incluye desde la industria del cine para adultos hasta la automotriz y actividades corrupciones que llegan al propio Departamento de Justicia.

Black bebe (con elegancia y desenfado) de múltiples fuentes: de las buddy movies (películas de compinches de orígenes y características opuestas) tipo 48 horas, del espíritu de Un detective suelto en Hollywood, del humor físico y el absurdo de La fiesta inolvidable, del cine negro recuperado por Los Angeles: al desnudo (por allí hay un reencuentro entre Crowe y Kim Basinger), de la filmografía de Paul Thomas Anderson (sobre todo de Boogie Nights: Juegos de placer y Vicio propio) y de otra larga lista de citas y referencias.

Fiestas fastuosas, perversiones varias, gags que van de lo más inocente a lo más extremo y mucha música soul y funk (hay hasta un homenaje a Earth, Wind & Fire) conforman el universo perfecto para el despliegue histriónico de los dos protagonistas (lo de Gosling jugando al slapstick es toda una revelación) y el disfrute cinéfilo de Black, un cultor de ese cine de "la vieja escuela" que, por suerte, aún se resiste a morir.