Don Gato y su pandilla

Crítica de Emiliano Fernández - CineFreaks

Para sobrevivir en el callejón

Como tantos otros cartoons clásicos de la factoría comandada por William Hanna y Joseph Barbera, Don Gato y su Pandilla (Top Cat en la versión original estadounidense) duró muy poco tiempo al aire, apenas 30 episodios emitidos por la ABC entre 1961 y 1962, pero su fama y aceptación posterior trepó hasta niveles insospechados sobre todo en geografías lejanas que progresivamente adoptaron como propia a la extraordinaria colección de personajes que ofrecía la serie televisiva. De hecho, Latinoamérica no fue la excepción y por estos rumbos también hemos amado a estos mininos buscavidas de ideario anarquista.

Así las cosas, si queremos comprender los pormenores de un proyecto tan singular como el presente hay que tener en cuenta lo anterior y simplemente señalar que esta adaptación cinematográfica es una coproducción entre Ánima Estudios de México e Illusion Studios de Argentina: la obra en cuestión supera a desastres mayúsculos recientes como El Oso Yogi (Yogi Bear, 2010) o Los Pitufos (The Smurfs, 2011) y vuelve a poner de manifiesto que el éxito artístico debe ir de la mano de una historia coherente con una mínima densidad conceptual, gags simpáticos y un respeto real por una tira que está celebrando sus 50 años.

La película no sólo nos restituye la esencia de los gloriosos Don Gato, Benito, Cucho, Demóstenes, Espanto, Panza y el Oficial Matute, sino que además sale bien parada de la difícil aventura de aggiornar la propuesta a los tiempos que corren, en esta ocasión introduciendo la figura de un villano tecnócrata llamado Lucas Buenrostro que se parece muchísimo a los políticos new age basados en estereotipos publicitarios, preceptos ombliguistas y populismo de plástico. Hoy se hace hincapié en las típicas estrategias de control posmodernas orientadas a destruir el espacio público y demonizar a los homeless.

Mientras que el susodicho jefe de la policía de New York dispara criterios eficientistas y se la pasa enrejando la ciudad, instalando miles de cámaras de seguridad y reemplazando a los seres humanos por computadoras y robots varios, Matute se transformará prácticamente en su criado y Don Gato padecerá una temporada en prisión por inmiscuirse en sus planes. Más allá de la buena labor del equipo técnico -especializado en 3D- responsable de Gaturro (2010) y la traslación animada de El Chavo del Ocho, aquí se destacan la profesionalidad del director Alberto Mar y el talento del elenco encargado de las voces de los protagonistas.

A pesar de que en parte está compensado por la puesta en escena y la amplitud cromática del convite, el guión de Tim McKeon y Kevin Seccia a la larga resulta algo limitado y recurre a demasiados clichés para avanzar en términos narrativos. Sin embargo el film conserva aquel encanto cómplice de antaño a través de todo ese catálogo de actividades delictivas destinadas a garantizar la supervivencia de la fauna del callejón: Don Gato y su Pandilla (2011) llega hasta al extremo de justificar explícitamente y con gran valentía el robarle a los ricos y/ o burgueses en general, por cierto una empresa siempre bienvenida…