Divergente

Crítica de Martín Chiavarino - A Sala Llena

Diferentes pero muy parecidos.

Las sagas adolescentes están en su apogeo gracias a las mismas estrategias de marketing que catapultaron a El Señor de los Anillos de novela de culto para iniciados de la literatura fantástica a fenómeno mundial juvenil. Muy por debajo de Los Juegos del Hambre, Divergente es otra distopía sobre los momentos cruciales de toma de decisiones en la vida de los jóvenes.

Obviamente la historia transcurre en una sociedad post apocalíptica que parece perfecta pero no lo es. Una vez concluida la última guerra mundial que devastó las ciudades y sumió a la humanidad en la destrucción absoluta, los líderes mundiales formaron un régimen de elección voluntaria de roles sociales al cumplir la mayoría de edad tras una evaluación de aptitudes denominado “sistema de facciones”. Una vez seleccionada una facción no es posible salir de la misma. Este sistema de gobierno se divide en las facciones de Verdad, Erudición, Cordialidad, Osadía y Abnegación, que representan la sinceridad, inteligencia, paz, valentía y generosidad, respectivamente, siendo la última la que detenta el ejercicio ejecutivo. Las facciones son un eufemismo para denominar la justicia, la ciencia, el trabajo manual agrícola, el ejército y la ayuda social.

Los que son expulsados de este sistema se los denomina los “sin facción” y viven como mendigos, ayudados tan solo por Abnegación. En un sistema gregario tan cerrado que no acepta la diferencia ni la disidencia, los individuos con una personalidad conflictiva son una amenaza y se los denomina “divergentes”.