Divergente

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Sencilla y cautivante

Otro lanzamiento con continuación anunciada. Ésta es la primera de una nueva serie de películas basadas en libros de éxito entre adolescentes, como Harry Potter (también niños en ese caso), como Crepúsculo, Los juegos del hambre, Academia de vampiros (que probó que el éxito del libro no garantiza el éxito de la película). Además, Divergente es otra película de ciencia ficción, otra utopía negativa acerca de nuestro futuro como sociedad, como Los juegos del hambre. Y, como Los juegos del hambre, con protagonista femenina, una chica joven que sabe patear, pegar, tirar. En este caso es Shailene Woodley, que, a partir de ahora, con la eficacia demostrada para todas esas acciones y también para hacernos creer en su fragilidad, su belleza y mucho más, seguramente será una estrella.

Divergente presenta una sociedad, después de una gran guerra, dividida en facciones según las habilidades o inclinaciones de la gente. El relato transcurre en Chicago, y a esa ciudad de arquitectura y skyline extraordinarios se la muestra un tanto arruinada, al menos en ciertos sectores. Y como muestra de que no está en sus mejores días se nos hacen ver cables que van de lado a lado de las calles (algo que en Buenos Aires es lo normal; un espanto urbano normalizado). Los adolescentes de esta sociedad tienen que elegir qué serán, a qué facción irán. Y aquí nos detenemos con el detalle del argumento, una práctica de la crítica demasiado extendida y con demasiada extensión.
Consistente

La película tiene algo de Brazil, pero con poco humor; algo más de Un mundo feliz, de Aldous Huxley, y, como ocurre últimamente, una pizca de concurso televisivo de esos que llaman reality (el orden de descarte de los jóvenes en el entrenamiento). Divergente -está claro- no exhibe una gran originalidad en su planteo argumental y tiene unas cuantas frases que apuntan con demasiada simplicidad al corazón adolescente promedio. Y, como peor defecto, despliega una música demasiado atronadora, demasiado presente, demasiado obvia. Dicho esto, el film ofrece una consistencia notable, una narrativa de una claridad meridiana, un montaje que evita cualquier lógica confusa incluso en momentos de mucho movimiento y una sencillez que utiliza a su favor, sobre todo en el accionar de los personajes. El universo que despliega es sólido, los elementos son solidarios entre sí, Kate Winslet con pocos minutos seduce -casi hipnotiza- a la cámara, y la película no necesita abusar de la acción ni de las secuencias demasiado extensas: resuelve y avanza, cuenta y acopia tensión y suma capas para su fascinante protagonista. Tris (o Beatrice, la ya elogiada Woodley) es el símbolo perfecto y simple de la adolescente que no encaja.

Divergente inicia una (otra) serie de películas. Y de las mencionadas en el primer párrafo ésta es la mejor, porque decide acercarse al mundo que describe y habita con una convicción inusual, sin titubeos, sin desvíos. La asertividad de esta película, su fuerza narrativa, nos deja ver que Divergente -dirigida por Neil Burger, de Sin límites y El ilusionista- cree en lo que cuenta, pero sobre todo cree en su decisión de contarlo de esta manera.