Dios mío y ahora que hemos hecho?

Crítica de Mex Faliero - Funcinema

PATRIA Y FAMILIA

En 2014 Dios mío, ¿qué hemos hecho? fue una de las películas más exitosas en los cines franceses, lo que comprueba que esos lugares comunes de “el cine francés” para darse aires de importancia son una tontería. Si la premisa de aquella película (los Verneuil, un matrimonio conservador de clase alta de provincias con cuatro hijas que se casan con hombres de diferentes etnias) era bastante forzada, podíamos justificarla por el lado de la hipérbole que la comedia busca como combustible para el humor. Seguramente, dado el éxito, el director y guionista Philippe de Chauveron habrá buscado la forma de rizar el rizo y construir otro relato sostenido en la potencialidad de lo improbable. Dios mío, ¿y ahora qué hemos hecho? es la secuela que pone ahora a las cuatro hijas en una situación crítica: los cuatro maridos, el musulmán, el judío, el africano y el asiático, se cansan de la discriminación de los franceses y amenazan con irse a vivir a otros países. Todos juntos, en el mismo momento, para terror del matrimonio Verneuil.

Si decimos “el musulmán, el judío, el africano y el asiático” es porque en verdad ese es el plan de la película: jugar al límite en los bordes de los estereotipos étnicos y raciales, rozando la incorrección política y el cuidado con el que el cine aborda esos temas en el presente. En verdad De Chauveron pretende con su comedia reflejar un asunto de la Europa del presente, y especialmente de Francia: la convivencia entre diferentes, la “invasión” que vive aquel país de esos otros que en el pasado eran los invadidos, los desclazados, las minorías. El problema de la película en todo caso es que carece de imaginación para interpretar esos temas por el lado de la comedia y lo que termina haciendo es caer en esos estereotipos que supone combatir. Por eso que, en definitiva, los mejores momentos sean aquellos en los que precisamente el patriarca de Christian Clavier cae en los comentarios más racistas y discriminadores. No por avalar lo que dice el personaje, sino por divertirse con una película que parece atrasar 40 años en el concepto de la comedia, una salvajada a destiempo hecha con un grado de desvergüenza inusitada e imposible en el cine del presente. Es ahí, cuando Dios mío, ¿y ahora qué hemos hecho? se vuelve demodé y una antigualla despreocupa del qué dirán, que la película funciona, no porque sea graciosa sino porque resulta honesta.

Si la primera hora parece una serie de viñetas pegadas con Plasticola, en una sucesión de chistes malos y actuaciones pésimas, los últimos cuarenta minutos encuentran algo parecido a un plan y la narración se concentra en un hecho, lo cual es mínimamente positivo para la película. La idea es cómo el matrimonio Verneuil convencerá a los cuatro maridos (porque las mujeres acá mucho no deciden) de que Francia es el mejor país del mundo y anulará sus deseos de irse a otros destinos. Lo que surge de eso entra en el terreno de lo patriótico y lo ofensivo, entre la tontería de un guion que nos toma por idiotas y la peor apología de la manipulación y el maniqueísmo. El último plano, con las cuatro mujeres llegando con sus hijos y la idea de familia francesa fortalecida, ingresa en el panteón de las cosas más horribles del año.

Pero cuidado que hay una tercera parte anunciada para el año que viene. Todo puede ser peor.