Dios del piano

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

El sacrificio

Una madre obsesionada por convertir a su hijo en un prodigio del piano es el punto de partida de God of the Piano (2019), la ópera prima del realizador israelí Itay Tal, un film donde los sueños pueden convertirse en la pesadilla de una familia. Una reconocida pianista descubre que su hijo recién nacido es sordo, lo que la sume en una depresión que la lleva a intercambiarlo por un niño sano mientras las enfermeras están distraídas para mantener sus férreos planes de formarlo como pianista, una tradición familiar que Anat no pretende romper. Los años pasan y el niño, Idan, crece bajo la estricta educación musical de su madre. Su talento como intérprete y compositor precoz lo llevan a aplicar tempranamente para un prestigioso conservatorio cuyo director es su abuelo, el padre de Anat, lo que lleva a la madre a exigirle cada vez más a un niño de doce años que ya comienza a sentir el hastío de la presión materna por triunfar en el cerrado ambiente de la música clásica.

Mientras fuerza a su hijo a trabajar más duro, la madre encuentra solaz de su deteriorada relación con su marido en un amorío con un compositor israelí famoso pero la posibilidad de haberse equivocado al intercambiar a los bebés la atormenta y no puede dejar de preguntarse qué hubiera pasado si se hubiera quedado con su verdadero hijo. En esta dinámica disfuncional los personajes se lastiman en una relación cada vez más tensa donde la necesidad de destacarse y encontrar el equilibrio entre la inspiración y la técnica conduce a cegueras que asustan por su realismo. God of the Piano (2019) logra crear una historia sobre los sacrificios y presiones que ejercen los padres severos en la búsqueda de la genialidad, la angustia ante la posibilidad del rechazo y la negación como reacción ante el fracaso, la iluminación como producto de la pasión y la frustración de no lograr el objetivo, ejes de un relato dramático que desespera.

Las buenas actuaciones de todo el elenco y la precisión de un realizador con una directriz muy clara marcan esta alegoría sobre la búsqueda de la excelencia, la maternidad tanto en su dimensión instintiva como en la de construcción social y la dialéctica entre la necesidad de los protagonistas de escapar y la imposibilidad de hacerlo que ellos mismos se imponen arbitrariamente como un contrato en código que no pueden romper. Itay Tal pone así sobre la mesa una cuestión escabrosa y sórdida sobre las penurias del proceso de formación de los grandes compositores y sus sufrimientos para llegar hasta la cima de sus posibilidades, con el objetivo de preguntarse si realmente vale la pena y si no es una forma de tortura psicológica que debería ser evitada en pos de la búsqueda de la felicidad.