Diletante

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Como en una novela de Manuel Puig

En una mitad del film, la directora observa a su madre hacer lo que más le gusta: nada que sea considerado productivo. La otra mitad encuentra a esa octogenaria chusmeando con su cocinera y confidente (siempre fuera de campo), en un auténtico pas-de-deux verbal.

Como en los pueblos del Oeste, en el ambiente del cine no es común la llegada de forasteros. Gente venida de otra parte, que irrumpe súbitamente. Mucho menos que esos forasteros vengan con un “factor cine” mucho mayor que realizadores de formación más formal. Opera prima de Kris Niklison, de Diletante no se sabía nada cuando desembarcó, un año y medio atrás, en la competencia argentina del Festival de Cine de Mar del Plata, ganando con toda justicia el premio mayor. Dueña de un múltiple background teatral (intervenciones en el Cirque du Soleil, obras propias, participación en alguna puesta de Dario Fo), la formación cinematográfica de Niklison se reducía, en cambio, a un papelito en la versión de La tempestad de Peter Greenaway y un curso en la escuela cubana de San Antonio de los Baños. Tal vez haya sido esa condición de extranjera la que, a la hora de encarar Diletante, la llevó a plantearse desde cero todo lo que da al medio su especificidad: qué mostrar y qué no, dónde y a qué distancia poner la cámara, cómo fragmentar el espacio y unir unos planos con otros, qué clase de relación establecer entre imágenes y sonidos. Como si hubiera tenido que (re)inventar el cine para cumplir lo que se proponía.

Niklison se proponía lo que a algún distraído podría parecerle banal: filmar a la mamá durante unas vacaciones, con una cámara de video recién comprada. Una serie de retratos robados, antes que uno definitivo. Documental riguroso, de Bela Jordan no se sabe otra cosa que lo que se ve o se le oye decir. Octogenaria de carácter, dueña de rasgos firmes y sólidas arrugas, la señora tiene un campo en Sauce Viejo, Santa Fe, a orillas del Paraná. Se le adivina cierta alcurnia. Dice que su vida cambió a partir de la viudez. No le gusta trabajar, tiene gente que lo hace por ella. César se encarga de las tareas más pesadas. Se supone, porque tampoco es que se lo vea deslomarse. Cata se ocupa de las cosas de la casa. A César se lo ve, pero no se lo oye. Cata, lo contrario. Nunca aparece en cámara y sin embargo nunca deja de estar presente, gracias a los imperdibles diálogos sobre nada (Seinfeld, en versión documental y paranaense) que sostiene con Bela desde fuera de campo.

La mitad de Diletante es un documental de observación, en el que Niklison observa a Bela hacer lo que más le gusta: nada que sea considerado productivo. “Cuando era chica mi papá me explicó qué era un diletante: alguien que sabe hablar, que sabe divertirse, pero que no trabaja. Desde ese día no quise ser arquitecta ni abogada: quise ser diletante”, le comenta Bela a Cata, mientras ejerce su oficio favorito con ayuda de libros, navegaciones de Internet y rompecabezas. “De chica, mi mamá me apoyaba el libro que estaba leyendo sobre la cola, para que sintiera su presencia”, había anunciado Niklison en la brevísima introducción, un par de minutos que dan a Diletante la condición de documental en primera persona. Durante los restantes 68 minutos, la primera persona desaparece detrás de cámara. La otra mitad de Diletante podría llamarse “documental de conversación” y consiste en un pas-de-deux verbal.

Como escapadas de una novela de Manuel Puig, Bela y Cata chusmean. Chusmean sobre César, que parece que anda con novia nueva. Sobre dormir con ropa o sin ella. Sobre trabajar o no hacerlo. Sobre cómo montar la motosierra que Bela acaba de comprar. Sobre la muerte y cómo ahuyentarla. Elocuencia del plano cinematográfico: Niklison filma a la madre en gigantescos planos-detalle, tamaño que parecería obedecer más al deseo de conocer que a un parentesco puesto entre paréntesis. Se recorre palmo a palmo la piel de la mujer, se la muestra leyendo con lupa las letritas de la laptop, se captura un reflejo oportuno sobre sus anteojos. Arte del contrapunto. Contrapunto narrativo (el hombre que se ve y no se oye, la mujer que se oye y no se ve) y visual: a un plano de Bela lo sucede un atardecer sobre el río, a otro unos cardos, luego una cortadora de césped. Planos como comparaciones: piezas de rompecabezas, manchas de humedad sobre una pared.

Desfases entre la imagen y el sonido: sobre el atardecer, los cardos o la cortadora irrumpen a toda orquesta, a voz en cuello, pasajes de un musical de Gilbert & Sullivan. Indicaciones de la presencia de una realizadora que toma decisiones infrecuentes. ¿Decisiones caprichosas? No parece: la estructura de Diletante responde a la más clásica y rigurosa simetría constructiva. Empieza con una marcha callejera –la gay parade de Amsterdam–, termina con un maratón acuático, la carrera de natación Santa Fe-Coronda. Allí, un contraplano permite que el saludo de Bela Jordan a los concursantes funcione como despedida del espectador. Planos-detalle, fuera de campo, contrapuntos, simetrías, arte del montaje. El cine redescubierto por una recién venida que no parece haber llegado al pueblo para irse pronto.