Días de ira

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

El individuo al que no se objeta

Es importante en una película que pueda sostener su discurso en la trama, ya sea a nivel ideológico como de los personajes y situaciones. Días de ira es un filme que va delatando su incoherencia a cada paso, en especial hacia la segunda mitad de su metraje.

Ya desde el principio la premisa de Días de ira es problemática: Clyde Shelton (Gerard Butler) es testigo de cómo su familia es asesinada. El fiscal que lleva el caso, Nick Rice (Jaime Foxx) decide pactar con uno de los asesinos, reduciéndole los cargos y dejándole una condena mínima, para obtener información que lo lleva a atrapar a un criminal de mayor rango, aún a expensas de los deseos de Clyde, quien decide planificar una siniestra venganza que no sólo abarca a los asesinos de su familia, sino también a todo el Sistema, encarnado en este caso por la Fiscalía de la ciudad y la Alcaldía.

Lo problemático entra en juego porque la puesta en escena del filme toma partido claramente por el “villano”, quien realiza toda clase de bestialidades que parecen justificadas por el desinteresado accionar del sistema legal que supuestamente tendría que ampararlo. Nunca se pone realmente en cuestión la justicia por mano propia, ni por qué en ciertas sociedades como la norteamericana la condición de víctima habilita a cruzar cualquier límite. Sí se ponen en cuestión, pero de forma extremadamente simplificada y superficial, las grietas del sistema judicial, su establecimiento de prioridades y la distinción entre víctimas, victimarios, condenas, casos de gran envergadura, etcétera.

Días de ira (cuyo título original, Law abiding citizen, refiere a un ciudadano obediente de la ley) comparte cierto punto de vista con dos filmes que también pretenden hacer ciertas referencias sociales. Nos referimos a Seven-pecados capitales y Tirador. En el primero, la construcción del tejido social por parte del guión y la dirección concordaba con lo aseverado por el asesino, sobre una sociedad en absoluta decadencia ética y moral, lo que lo habilitaba a un raíd homicida teñido de religiosidad. En el segundo, el experto francotirador era una pobre víctima de las circunstancias –cuyo único pecado sería a lo sumo ceder a cualquier pedido cuando se hacía referencia a su patriotismo-, manipulado por un sistema opresor y mentiroso, frente al cual la única opción (avalada incluso por el jefe de fiscales de la Nación en una secuencia siniestra y preocupante) era el asesinato y/o el terrorismo.

El filme de F. Gary Gray (más que director, un mercenario, cuyo único antecedente decente es La estafa maestra) es bastante más torpe que estas películas (que hasta han pasado por profundas e innovadoras) porque su supuesto guión de relojería tiene un par de giros sobre el final que no sólo son bastante tontos, sino que además terminan siendo incoherentes con la construcción previa de un villano aparentemente invencible y que tiene todo calculado. No hay que dejar de hacer notar que esta torpeza y tontera tiene un objetivo, que es el de tranquilizar al espectador. Es que claro, el fascismo y la derecha siempre han presentado posturas que lo único que buscan, en el fondo, es aletargar y calmar al público.