Día de la Independencia: Contraataque

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

UN ABURRIMIENTO INTERPLANETARIO

Día de la Independencia, de 1996, es una película importante para el cine de entretenimiento masivo norteamericano. No lo es tanto porque se trate de un gran film, sino más bien porque llegó para generar un cambio de paradigma en el mainstream (hay películas que son imperecederas y marcan tendencia -Star Wars, por ejemplo-, y otras que sólo marcan tendencia y son funcionales a modificaciones sistémicas). Ubicado estratégicamente en la mitad de la década, el film de Roland Emmerich sirvió para que los últimos rasgos del cine de acción ochentoso se terminen de evaporar y reluzca un nuevo imaginario (en paralelo también iba surgiendo Michael Bay, de la que esta película parece bastante deudora, especialmente en la participación de un elenco de estrellas que van por el cheque): adiós al héroe individual, bienvenido el héroe colectivo que se enfrenta a destrucciones gigantescas y universales, en un sincretismo patriótico que acompañaba desde el cine las germinales nociones de globalización. Y este movimiento acompañó la decadencia de los Stallone, Schwarzenegger, Gibson y Willis, para alumbrar un nuevo tipo de heroísmo, que era grupal como en el cine catástrofe de los setentas pero que recuperaba un componente nacionalista y reaccionario como en el viejo cine bélico. De hecho, reconstruye la mitología de las películas de guerra bajo la estructura de la ciencia ficción paranoica de los cincuentas. Día de la Independencia era, bajo toda regla, un cambalache. Pero uno bastante divertido, y eso era lo que la rescataba.

Si bien por entonces Emmerich era un tipo repudiable (recordemos ese horror llamado Godzilla), luego vendrían películas como El día después de mañana, 2012 o El ataque, y la confianza en su postura autoconsciente y en su capacidad para aportar una mirada tan política como ingenua aún dentro de producciones sostenidas en el goce del “rompan-todo”, llevó a considerar su cine con cierta simpatía: aún dentro del despiporre de CGI, Emmerich lograba trazar grupos humanos atractivos, con sus rugosidades sociales. Por eso, por la evolución que demostró como narrador, es que tal vez había alguna posibilidad de que Día de la Independencia: contraataque resultara una película de aventuras y acción tan desvergonzada como disparatada, un pasatiempo descerebrado al que resulte imposible tomar en serio en su fascismo. Porque era claro que su fascismo regresaría, puesto que era una de las claves.

Hay otro elemento interesante en Día de la Independencia, y es más político: la original se estrenó en un momento donde el gobierno demócrata de Bill Clinton estaba dando sus primeros pasos y evidenciaba cierta debilidad luego de tres gestiones republicanas. Día de la Independencia: contraataque llega en un momento donde el gobierno demócrata de Barack Obama está llegando a su fin y, también, muestra debilidad. La crecida de gobiernos conservadores en el mundo indudablemente convierte al discurso de Día de la Independencia en un reflejo de su tiempo. Pero el problema fundamental del discurso de esta secuela es que se da en el marco de una película que no funciona bajo ningún punto de vista y que pifia en todas las apuestas que hace. Por lo tanto es imposible tomarla en serio, no por su nivel de disparate sino por el tedio que provoca este abrumador recorrido por clichés recreados sin gracia.

En Día de la Independencia: contraataque hay algo claro, Emmerich ya no se toma tan en serio el asunto y apuesta por la sátira autoconsciente. Varias líneas de diálogo van en ese sentido, jugando a destapar los lugares comunes del cine de destrucción masiva mientras -además- los vemos suceder en pantalla. El inconveniente mayor es que esa autoconsciencia está expresada con una falta de timing increíble, incluso en el medio de tanto ruido que es imposible asimilarlo: por ejemplo hay un gran chiste sobre la destrucción de la Casa Blanca que se pierde por el amontonamiento al que nos somete el director. Por momentos pareciera que Emmerich no tocó una cámara en veinte años y no supiera cómo se tiene que contar hoy un entretenimiento de estas dimensiones. Si al menos en Día de la Independencia había una buena primera parte, donde el suspenso estaba bien desarrollado y la destrucción tenía un carácter de novedoso por cómo se construían las imágenes, en este presente de sobre-explicitación del CGI ya nada impacta y la tecnología aburre con un sentido burocrático. A las imágenes les falta creatividad y el movimiento es poco inventivo, apenas un par de momentos (un colectivo escolar perseguido por un monstruo gigantesco) en dos horas que aburren más de lo que entretienen.

Tal vez lo mejor que tiene esta secuela tardía es que resulta imposible que su impacto hoy sea igual que el que tuvo la original. Dudo realmente que su aparición lleve a que el mainstream actual lo imite o que marque algún tipo de tendencia: la destrucción masiva es algo que han asimilado las películas de Marvel y el cine de acción pasa actualmente por otro lado. En todo caso, también sirve como para ver cómo los 90’s fueron una década sostenida en la más pura artificialidad. Regresar a un ícono de aquellos tiempos, revisitarlo, es decididamente poner en evidencia ese vacío insustancial de una década que aportó poco para la cultura universal. Día de la Independencia: contraataque es una película aburrida, tediosa y avejentada.