Después de la Tierra

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Luego del éxito de Sexto sentido (1999) y, en menor medida, de El protegido (2000) y Señales (2002), el director M. Night Shyamalan entró en una pendiente creativa y comercial de la que no ha podido recuperarse. En este sentido, sin llegar a ser una película del todo satisfactoria ni lograda, Después de la Tierra al menos tiene mayores méritos y hallazgos que las flojísimas La dama del agua, El fin de los tiempos y El último maestro del aire .

En este "encargo" (si bien Shyamalan figura como coguionista, se trata de un film al servicio de Will Smith, autor de la idea original, productor en asociación con su esposa, Jada, y protagonista en compañía de su hijo Jaden), el realizador de origen indio construye durante la primera mitad una más que aceptable historia de ciencia ficción apocalíptica sustentada en una conflictiva relación padre-hijo. Los problemas surgen cuando la película dobla la curva y aparecen en masa todos aquellos elementos que han arruinado el indudable talento visual y formal que el Shyamalan cineasta posee. Las obvias alegorías y simbolismos (las referencias a Moby Dick , la aparición del águila protectora, la recurrencia a los postulados aleccionadores de la cienciología, el discurso ecologista y un largo etcétera) conspiran contra una resolución cuyo tono está bastante alejado del inquietante planteo inicial.

El film arranca con imágenes de la devastación de la Tierra. Los humanos han sido evacuados hacia otro planeta, Nova Prime, donde sobreviven luchando a toda hora contra otros habitantes (unos monstruos llamados Ursas). En ese contexto, el joven cadete Kitai Raige (Jaden Smith) reprueba a sus 14 años el examen para convertirse en comando para enojo y frustración de su muy estricto padre, Cypher (Will Smith), un mítico jefe militar que está a punto de retirarse. Entre ambos hay una enorme distancia, amplificada por el trauma generado por la muerte de Senshi (Zoe Isabella Kravitz), la hermana/hija mayor, de la que ambos se sienten culpables. Una fallida misión que ambos compartirán los devolverá a nuestro planeta (convertido en una acumulación de amenazas tóxicas e irrupciones violentas) y se convertirá en el ámbito para una posible reconciliación y redención.

Aunque la sensación que deja el film es un poco frustrante (sobre todo porque tenía todo para no serlo), hay un despliegue visual con grandes efectos generados por computadora y unos cuantos pasajes en los que reaparece la mejor vertiente narrativa de Shyamalan. Es una lástima que, otra vez, su faceta de predicador le haya ganado a su costado de gran artista..