Deshora

Crítica de Diego Maté - A Sala Llena

De a poco, el cine argentino, después del estallido de finales de los noventa, fue llegando al campo. Lentamente, desde las ciudades las películas viajaron mayormente al interior para encontrar allí algo que el entorno urbano no podía darles: Tan de Repente, La Rabia, y ahora muchas más como El Campo, Los Dueños y Deshora son, en cierta medida, las incursiones en un territorio todavía desconocido que las películas van cartografiando a su manera, cada una con sus propios instrumentos. La ópera prima de Bárbara Sarasola-Day muestra un lugar fuertemente organizado en torno al trabajo, en donde la autoridad del patrón alcanza tanto a los peones como a la propia esposa. Para subvertir el reinado de Ernesto, y para desarreglar todavía más su frágil matrimonio con Helena, llega Joaquín, un primo de ella recién salido de una institución que va a vivir con ellos por un tiempo. En un primer momento uno cree que el joven en recuperación viene a ser una suerte de Terence Stamp de Teorema, pero la película enseguida se encarga de señalar que, lejos de cumplir el rol de un agente destructor de lo establecido, Joaquín será el que ponga a funcionar un mecanismo que habrá de afectar tanto a la pareja como a él mismo.