Deseo de matar

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Vigilante de segunda mano

Si bien no es el mega desastre que prometía ser, tampoco podemos decir que Deseo de Matar (Death Wish, 2018) sea una película interesante o que mínimamente satisfaga las expectativas del género de turno o -mucho menos- las que despierta la obra a la que remite, a lo que se suman diez años de “cocina hollywoodense”/ preproducción de este proyecto: hablamos de una remake de El Vengador Anónimo (Death Wish, 1974), de Michael Winner, todo un clásico del film noir sucio de derecha en el que el mítico Charles Bronson interpretaba a un arquitecto que se transformaba en un justiciero de las calles de New York luego del asesinato de su esposa y la violación de su hija. La propuesta derivó en una primera secuela muy digna en 1982 que respetaba el tono serio de la original, una tercera parte de 1985 símil delirio afable de superacción y dos obras más de cadencia exploitation.

El trabajo que nos ocupa ya venía maldecido desde lejos debido a una serie de desacuerdos creativos entre los productores que tienen los derechos de la saga y la colección de nombres que desfilaron para hacerse cargo de la dirección y el papel protagónico, tareas que al final cayeron en Eli Roth y Bruce Willis respectivamente. Aquí el realizador y el actor continúan en la misma racha de experiencias flojísimas de los últimos años: Roth sigue por debajo de Hostel (2005) y su primera continuación de 2007 y en esencia entrega un opus anodino y superficial en línea con las lamentables The Green Inferno (2013) y Knock Knock (2015); y Willis -por su parte- mejora en cierta medida su desempeño con respecto a su catálogo reciente pero se nota que actúa por el cheque y sin la motivación ni el ímpetu de los films de las décadas del 80, 90 y 00 (el mainstream aniñado y lelo actual lo condenó a la clase B).

La historia reproduce el esquema de siempre y -oh, sorpresa- acelera los tiempos narrativos para que el ahora cirujano Paul Kersey (Willis) comience a matar lo más rápido posible a posteriori del deceso de su esposa Lucy (Elisabeth Shue) y la “no violación” de su hija Jordan (Camila Morrone), quien queda en coma gracias a tres delincuentes que entran en su hogar burgués de Chicago cuando él no estaba. Como era de esperar viniendo de un director como Roth que en realidad nunca tuvo nada importante para decir y que se toma al cine como un juego pueril, justo como su amigo y colega Quentin Tarantino, la trama se centra en la conversión casi automática de Kersey de ciudadano modelo a cazador nocturno de forajidos y en la catarata de fusilamientos de todos los latinos, negros y blanquitos cool que va encontrando en su camino, circunstancia que lo eleva a la categoría de “celebridad”.

Deseo de Matar combina corrección política decadente y fuera de lugar (tenemos etnias diversas para que nadie se sienta ofendido y tampoco falta la representante femenina “para quedar bien”, hoy una de las detectives del caso), un elenco fofo en el que sólo se destaca Vincent D'Onofrio (prácticamente el único que pone en serio el corazón en el asunto, aquí componiendo a Frank, el hermano de Paul) y un desarrollo pobretón aunado a un sustrato ideológico bastante difuso, entre lo inofensivo y lo ridículo (el relato intercala intentos de severidad formal con muertes y coincidencias caricaturescas, sin decir nada relevante sobre la facilidad con que se venden armas en los Estados Unidos o el hobby de salir a reventar ladrones de poca monta mientras los verdaderos criminales copan los gobiernos y las corporaciones). La película ni siquiera se transforma en una apología fascista de este vigilante de segunda mano porque todo cae en el terreno de lo olvidable y lo rutinario, sin aportar ni una sola idea que se salga del cliché reproducido en el pasado hasta el hartazgo… y mejor ni hablar del mamarrachesco desenlace -extremadamente desinspirado, elemental y redundante- ya que hasta ahí el producto caminaba más o menos tranquilo dentro del enclave del cine castrado de nuestros días, no obstante ese final tira por la borda los pocos puntos a favor acumulados en función de un verosímil cercano al júbilo homicida y la falta de piedad, ítems que deberían primar en un policial hardcore de revancha como el presente.