Desde la oscuridad

Crítica de Emiliano Fernández - A Sala Llena

Los espectros como subproductos capitalistas.

¿Qué hubiera sido del imperialismo de los siglos XIX y XX sin el simpático arquetipo de la “civilización”? Hablamos de un comodín que facilitó conceptualmente el pillaje alrededor del globo, por parte de las potencias de los países centrales, en nombre de una trasposición literal de las “bondades” de una comarca hacia la otra. Por supuesto que la estratagema escondía distintas actividades en el Tercer Mundo que se extienden hasta el día de hoy vía la complicidad de las cúpulas gubernamentales locales, como por ejemplo la expropiación de las materias primas, el empleo de mano de obra barata, el usufructo monopólico de los recursos energéticos y la transferencia desregularizada e irrestricta de activos financieros.

A rasgos generales podemos afirmar que el cine de terror gusta de los escenarios exóticos de la periferia pero no suele analizar el proceso que promovió los detalles contextuales de turno, léase la degradación y la miseria, dando por sentado el saqueo para concentrarse en las consecuencias a nivel del odio arrastrado a través del tiempo. Desde la Oscuridad (Out of the Dark, 2014) funciona como otro retrato de los puntos en contacto entre el afán de lucro desproporcionado y la penuria que va dejando en un poblado con hambre de progreso, ahora bajo la sombra de una planta papelera que se instala en Colombia, construyendo una analogía entre las carnicerías del pasado remoto y las de un presente que reclama venganza.

Precisamente, hoy son las leyendas -que se remontan a las masacres perpetradas por los españoles durante el período colonial- las que aportan el nexo con el hurto de siempre y el accionar de unas víctimas reconvertidas en espectros, los subproductos capitalistas del momento. Lamentablemente el director Lluís Quílez no consigue llevar el relato más allá del esquema del outsider, centrado en la premisa “familia tipo anglosajona se traslada a regiones un tanto inhóspitas y descubre que su linaje está vinculado con una tradición de inequidades varias”: si bien se agradece mucho el intento en pos de recuperar la valentía del horror de antaño, los estereotipos y las citas a Poltergeist (1982) empantanan el desarrollo.

El desempeño del elenco compensa en parte las falencias del guión, así se destacan Julia Stiles como la madre del clan, Stephen Rea en la piel del padre de la susodicha y la pequeña Pixie Davies como la típica hija secuestrada por los espíritus. Otro factor que evita el desastre es la fotografía de Isaac Vila, quien aprovecha con inteligencia las locaciones colombianas sin caer en el populismo ni en el exploitation de la pobreza de películas similares. En síntesis, la obra es prolija y tiene un par de escenas interesantes, no obstante la reincidencia en los engranajes más elementales de los jump scares ratifica esa falta de ideas y/ o entusiasmo que caracteriza al género en su vertiente industrial contemporánea…