Delicia

Crítica de Eduardo Elechiguerra Rodríguez - A Sala Llena

“No hay nada menos propio que el nombre propio”, reflexiona Amado (Hugo Arana). Y probablemente esto sea muy cierto en el caso de Delicia (2017). Porque, ¿qué tienen que ver los nombres Amado y Felisa con estos dos personajes solitarios y protagonistas de la historia? Si se llaman así, ¿por qué están solos? Con esto pareciera jugar con leve torpeza la película.

Felisa, interpretada por Beatriz Spelzini, llega a un pueblo de Argentina para ocupar un puesto de enfermera. Allí, el director del hospital le encontrará un sitio donde vivir. Amado posee dos casas colindantes: una ocupada por él y la otra, deshabitada. A cambio del alojamiento, le pedirá ayuda en las tareas de su casa. Felisa acepta y al presentarse ante él, descubrirá que Amado es ciego.

La película parece carecer de rumbo por los fundidos a negro tan reiterativos. Sin embargo, la soledad trazada por el guión de María Laura Gargarella con ambos personajes y entre quehaceres en silencio, distracciones de música taciturna y espaciados diálogos, enriquece ciertas escenas. Hay gestos en el rostro de Beatriz Spelzini que recuerdan a la Meryl Streep de Los Puentes de Madison (The Bridges of Madison County, 1995). Se suele decir que las comparaciones son odiosas, pero cierta mirada, cierto jugueteo de insatisfacción con los labios, al comienzo de la película, hacen recordar que ambos conflictos entre soledad y confort espejean por momentos.

Hay un encanto en los encuentros nocturnos entre Felisa y Amado. El silencio donde los cuerpos saben de la presencia del otro es una complicidad que Spelzini y Arana manejan con atino. Si bien Arana no deja mucha marca con su interpretación de la ceguera, mitificada por cómo interactúan los demás pueblerinos con él, la química entre ambos actores principales tienta la constancia de la mirada por saber qué ocurrirá.

Donde se enreda el guión es en el melodrama de la hija y el nieto de Amado. Abusa de la casualidad de ciertos encuentros para mantener en movimiento la trama. La actuación de Marina Glezer pasa desapercibida en contraste con la presencia de Spelzini, pero cumple su cometido como el resto del elenco.

Y lo que nos regalan Gargarella y Mangone es un final sencillo como este amor a oscuras y de risas cómplices donde lo que vale es la mirada de Spelzini. Un final así deja con ganas de algo más, al mismo tiempo que le da perspectiva a la intimidad del filme.