De amor y otras adicciones

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Si querés llorar, reí (y viceversa)

¿Qué decir (escribir) sobre esta película de Edward Zwick? ¿Cómo encarar una película tan desconcertante, tan esquizofrénica, tan llena de notables pasajes que entusiasman, pero también de muchos otros que irritan o dan vergüenza ajena? Lo mejor que tiene De amor y otras adicciones es que -contra buena parte de la producción hollywoodense actual- resulta imposible de encasillar ¿Por qué? Porque tiene un poco de todo, porque no se queda jamás en un solo registro y pendula por muy diversos géneros, estilos y tonos.

En principio (y ante todo), es una comedia romántica al servicio de dos carilindos y jóvenes protagonistas (los galancitos Jake Gyllenhaal y Anne Hathaway, que aprovechan su fotogenia y sortean con decoro y dignidad varios momentos cercanos al ridículo), pero también es un melodrama lacrimógeno sobre el amor en medio de condiciones adversas (ella sufre del mal de Parkinson), y ¡también! una despiadada mirada sobre la avaricia y las miserias el mundillo de la poderosa industria farmacéutica (laboratorios y médicos incluidos).

Hay en este nuevo film del dispar y muchas veces grandilocuente Edward Zwick (Gloria, Leyendas de pasión, Valor bajo fuego, Contra el enemigo, El último samurai, Diamante de sangre, Desafío) no pocos riesgos, una buena dosis de audacia que hacen que -por lo menos en mi caso- termine calificando al film de "bueno", más allá de sus múltiples problemas y excesos. Puede parecer un dato menor, irrelevante, pero aquí va uno: que una "chica Disney" como Anne Hathaway acepte someterse a tantos desnudos como aquí ya eleva al film bastante por encima de la mojigatería reinante en el Hollywood actual.

El film -ambientado en 1996- está narrado desde el punto de vista de Jamie Randall (Gyllenhaal), un Don Juan compulsivo que termina abruptamente su experiencia como vendedor de electrodomésticos e ingresa a un curso de capacitación de la compañía Pfizer, donde encontrará la posibilidad de dar rienda suelta a sus técnicas de seducción y de saciar su espíritu competitivo y ambicioso. Las cosas cambian cuando se enamora de Maggie Murdock (Hathaway), una atractiva chica de 26 años que hace gala de una adicción al sexo similar a la suya, pero que no quiere comprometerse afectivamente.

La película (muy políticamente correcta y algo machista) va desarrollando la historia de amor y, mientras tanto, expone cómo funciona una industria multimillonaria, donde el cinismo y los sobornos están a la orden del día. En principio, la lucha es entre quién gana el mercado de antidepresivos (debe lograr que el Zoloft desbanque al todopoderoso Prozac de los rivales), pero la aparición del súbitamente popular Viagra cambia por completo la situación del negocio, de la compañía y del protagonista, cuyo futuro luce decididamente prometedor. No ahondaremos más en la trama, que tiene un montón de vueltas de tuerca.

Por momentos, estamos ante una comedia negra muy bien llevada (con aires de Gracias por fumar, Amor sin escalas o Jerry Maguire: amor y desafío); en otros, ante cursilerías que ya no se animarían a plantear ni los más elementales culebrones y con algunos momentos (¡ay, la secuencia de la erección en el hospital!) decididamente grasas y ridículos. Y no falta tampoco un personaje muy en la línea de la Nueva Comedia Americana como el hermano gordito y reprimido (un nerd, bah) de Jamie.

Más allá de todo, termino por recomendar (partes de) esta película, sostenida por dos buenos actores, muchos diálogos punzantes y un puñado de observaciones más que inteligentes y muy mordaces. El resto, quedó claro, es olvidable. Así es este film absurdo y delirante a la vez, brillante en una escena y penoso en la siguiente: tómelo o déjelo.

PD: Un aplauso para el gran Oliver Platt, uno de esos actores que son capaces de hacer brillar todas y cada una de las escenas en las que aparecen (aquí como el mentor del protagonista).