Damas en guerra

Crítica de Natalia Trzenko - La Nación

Un film que celebra con humor las amistades femeninas

La escena transcurre en un bar a la hora del calórico desayuno, desproporcionado premio por los minutos de gimnasia matutina. Annie (Kristen Wiig) le cuenta a Lillian (Maya Rudolph), su mejor amiga desde la infancia, sobre el hombre con el que está saliendo, un egocéntrico aunque bellísimo galán que no la aprecia como se merece. Lillian también aporta lo suyo, preocupada porque su novio de siempre últimamente está medio raro, distante. Una se ríe de la otra y finalmente concluyen que lo mejor será casarse entre ellas. Es una broma, apenas un diálogo de los muchos que sostienen estas dos mujeres que son el corazón de Damas en guerra. Es que, más allá del chiste al pasar, este film explora con un humor a veces zarpado, delirante y también sutil los misterios de la amistad femenina. Además de proponer una sensible mirada sobre la realización personal y los sueños de las mujeres de más de treinta.

La tarea no era sencilla, especialmente porque las comedias protagonizadas por mujeres al borde de un ataque de madurez, si existen, suelen poner el foco en el romance, en la fiesta de bodas y la novia y no en lo que le sucede a la mejor amiga de ella. Que en este caso es Annie, una pastelera cuyo negocio quebró, a la que su novio abandonó y está viviendo con un par de hermanos británicos que cada tanto leen su diario íntimo como si fuera "una novela muy triste escrita a mano". Así, mientras Annie pasa su peor momento, a Lillian no se le ocurre mejor idea que casarse y nombrarla dama de honor en su cortejo matrimonial. Un grupo de mujeres que incluye a Meghan (Melissa McCarthy), la cuñada impresentable; Rita (Wendi McLendon-Covey), la prima casada hace una eternidad; la inocente Becca (Ellie Kemper), y la preciosa Helen (Rose Byrne), empeñada en ayudar a organizar las futuras nupcias.

Sin un dólar que le sobre y ninguna perspectiva de éxito en el trabajo que le consiguió la mamá (una perfecta Jill Clayburgh que falleció poco después de terminar de filmar esta película), Annie intentará cumplir con los pedidos de su amiga. Los resultados serán tan desastrosos como graciosos, escenas inspiradas que irán del humor más sutil -como esa en la que Annie y Helen se disputan la última palabra y el micrófono en el homenaje a Lillian-, al más escatológico que algunos podrían encontrar de mal gusto pero que las protagonistas resuelven de manera extraordinaria. Especialmente Wiig, que en su doble rol de actriz y guionista se construyó un personaje perfecto y a su medida e hizo lo mismo por sus colegas. Cada una tiene su momento para brillar y hasta "robarle" escenas a la protagonista. Ahí está el personaje de McCarthy (flamante ganadora del Emmy) recordando sus tiempos de estudiante secundaria con tanto humor y dolor que conmueve; el de Rudolph luchando por llevar adelante su casamiento sin perder a su mejor amiga, o el de Byrne, que pasa de la egoísta villana a la tierna perdedora que sólo quiere que le presten un poco de atención. Todas mujeres terribles, graciosas, odiosas, perfectas.