Cyrano

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

"Cyrano", en Flow: medida por medida
Darle protagonismo al notable Dinklage resulta el mayor acierto de la versión dirigida por el británico Joe Wright, especialista en dramas de época como "Orgullo y prejuicio" y "Anna Karenina".

La versión más reciente de Cyrano de Bergerac practica dos innovaciones en relación con la obra clásica de Edmond Rostand. Una no es propia sino producto del material en que se basa, un musical puesto en escena cuatro años atrás por Erica Schmidt, que ahora tiene a cargo el guion de la película. El traspaso podría justificarse, pero salvo un emotivo número de trincheras hay un problema: los números musicales son inanes. La segunda novedad es que por primera vez el defecto físico del protagonista no consiste en su desmesurada prominencia nasal sino en su altura, desmesuradamente también, pequeña. Esta elección no sólo es lógica, sino que darle protagonismo al notable Peter Dinklage resulta el mayor acierto de la versión dirigida por ese especialista en cine de época que es el británico Joe Wright (Orgullo y prejuicio, Expiación, orgullo y deseo, Anna Karenina).

En la segunda escena, la romántica Roxanne (Haley Bennett), que aunque aceptó la invitación al teatro del poderoso duque de Guiche (Ben Mendelsohn), no está dispuesta a darse a ningún hombre al que no ame, se lanza sin aviso sobre una canción que reconvierte todo lo que la rodea en una loca coreografía. Aunque en primera instancia parezca una decisión disruptiva, que los personajes canten o bailen no cambia demasiado las cosas. Lo que importa es qué cantan y qué bailan. Salvo un enamorado que flota hasta desaparecer por el borde superior del cuadro, y la utilización de un choque de espadas para marcar el pulso de una canción, las coreografías, de las que en ningún caso participan los protagonistas, son tan poco imaginativas como las canciones en sí. De hecho, al cantarle a la ilusión amorosa, Roxanne parece, en esa escena, una princesa de Disney. Y no es la idea.

La idea es que el diminuto Cyrano está enamorado de ella, de toda la vida. Pero hay un tercero en discordia, Christian (Kelvin Harrison Jr.), capitán al servicio del duque de Guiche, que flechó a Roxanne a primera vista. Tercera innovación, Christian es tan negro como el moro de Venecia. Seguramente para compensar su “falla”, Cyrano fanfarronea con su verba, elocuente y caudalosa. Es en este punto por donde se accede al verdadero tema de la obra de Rostand: la disociación entre la guapeza del capitán y el romanticismo de Cyrano, quien a su vez y como autocastigo (sólo el masoquismo puede explicarlo) se presta para que Christian practique una primitiva forma de playback con su voz. La voz de Dinklage es tan gruesa como la de un galán romántico, lo cual refuerza la sensualidad auditiva de Roxanne. Como la historia está narrada desde el punto de vista del pequeño héroe, la escena en la que Christian conquista a Roxanne con él haciéndole de apuntador pone a Cyrano al lado de otros desdichados freaks románticos, como el protagonista de El fantasma de la ópera y la Bestia en La bella y la bestia.

Cyrano comienza siendo arrogante y va derivando luego a la mayor de las tristezas, y Dinklage comunica todo ese arco con una visceralidad de la que el resto de la película -salvo la mencionada secuencia de trincheras- carece. De hecho, es como si hubiera un Cyrano de Joe Wright y otro de Dinklage, que logra elevar la película por encima de sus muchas limitaciones.