Culpable o inocente

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

La lucha contra la infamia

Existen algunas profesiones que parecen más proclives a ser filmadas. La preferencia de Hollywood por policías y abogados, más que curiosa, resulta sintomática. El presente histórico devela un orden jurídico. La justicia equiparada a la venganza no es prerrogativa de la Casa Blanca; la práctica empieza en el cine y se extiende fuera de la pantalla.

Culpable o inocente es uno de los tantos thrillers jurídicos que se producen todos los años. En este caso, se trata de Mickey Haller (Matthew McConaughey), un abogado narcisista que suele trabajar en las zonas grises de su profesión y cuyo despacho es el asiento trasero de un Lincoln. Los motoqueros de Los Ángeles cuentan con sus servicios; es el favorito de prostitutas y adictos, y, si bien no es propenso a ceder ante la corrupción, la manipulación y la negociación no están excluidas de su ejercicio profesional. El gran desafío –sostiene– no es defender a los culpables sino a los hombres y mujeres inocentes: asumir el error ante los inocentes y la culpabilidad concomitante ante un fracaso jurídico es superior respecto de salvar a un sinvergüenza.

Un policía lo recomendará para un nuevo caso. El hijo de una ricachona es el presunto culpable de una golpiza a una prostituta. Quizá fue una trampa para sacarle dinero entre el proxeneta y algunos amigos; quizá no es más que un delito menor en la vida del joven cuya madre no ahorra gestos para descubrir por detrás de su sobreprotección algún indicio de insania. Habrá giros, intrigas, amenazas, un poco de justicia y una muerte.
Basada en la novela El inocente, de Michael Connelly, parece dirigida en automático. Excepto por algunos planos secuencia de transición (al inicio, por ejemplo, mientras Leguizamo y McConaughey caminan por los pasillos de una comisaría), la concepción estética del filme es esquemática. Lo que importa es sostener un relato dinámico sin dejar de sorprender al espectador.

Culpable o inocente apenas llega a delimitar su dilema moral. Los abogados, como los sacerdotes y psicoanalistas, a veces se confrontan con el secreto de sus clientes. Esa intersección delicada entre la confidencia y la defensa de la verdad y la justicia, entre la confesión ajena y el peso de la propia conciencia, que a veces obliga a resguardar la infamia, tan sólo se esboza en la fluidez de un relato sin otra pretensión que ser un pasatiempo.