Cuestión de tiempo

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

El no tan discreto encanto de la cursilería

No está mal Cuestión de tiempo, pero con todos los materiales, todas las ideas y todo el talento que se pusieron en juego pudo ser mejor. Mucho mejor. Hay que reconocerle a Richard Curtis que no se anda con chiquitas. Su cine -y sobre todo este film- es abierta, orgullosamente cursi, grasa, naïf. Tiene tanto de humor y romance como de bajada de línea propia de la autoayuda. Regala grandes momentos, observaciones punzantes, personajes irresistibles, excelentes one-liners, pero también nos somete a excesos lacrimógenos, pasajes edulcorados y diálogos que hieren los oídos. Todo eso (y más) en dos horas que se disfrutan tanto como se padecen. Así de contradictoria (¿esquizofrénica?) es la propuesta.

Celebrado y prolífico guionista (Cuatro bodas y un funeral, la saga de Bridget Jones y Un lugar llamado Notting Hill fueron sus éxitos más resonantes) y ocasional director (Realmente amor, Los piratas del rock), Curtis apela aquí a ciertos elementos de fórmula reciclados de Hechizo del tiempo (Groundhog Day) y Como si fuera la primera vez (50 First Dates) para narrar una gran historia de amor con elementos fantásticos (el viaje en el tiempo, la posibilidad del protagonista de volver al pasado para remediar errores).

El otro esquema que Curtis repite es el de una estadounidense enganchada con el inglesito (como Julia Roberts con Hugh Grant en la mencionada Un lugar llamado Notting Hill). En este caso, Tim Lake (el pelirrojo Domhnall Gleeson, hijo de Brendan), un típico freak, loser, torpe y timorato muchacho de pueblo de 21 años, aprovecha la capacidad de viajar en el tiempo que ha heredado de su padre (el gran Bill Nighy) para conquistar tras varios intentos a la hermosa e insegura Mary (Rachel McAdams).

Lo que sigue es (en los mejores momentos) una historia de enredos amorosos y de tragicómicas relaciones en el seno de una familia disfuncional (con buenos secundarios como un patético tío interpretado por Richard Cordery). Pero también se siente con el correr del relato un efecto acumulación, una creciente tendencia al subrayado que generan irritación y derrumban buena parte del encanto y la fluidez conseguida con elementos nobles en otros pasajes.

La película suma capas y capas, se vuelve cada vez más obvia y recargada (la importancia de tener hijos y esas cosas), y nos ametralla con una decena de finales. Así, lo que pudo ser un gran exponente de comedia romántica termina siendo una propuesta demasiado irregular que deja un sabor agridulce. Igual, si se dejan los prejuicios y el cinismo de lado, vale la pena arriesgarse a hacer un viajecito con ella.