Cuatro muertos y ningún entierro

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Humor negro con estilo irlandés

Pese a tratarse de un film originado en Irlanda, con director y actores de aquel país, el tono socarrón y de humor bien negro remite a la escuela británica, específicamente a las producciones de los Ealing de la década de 1950, que en otros títulos recordables dejara el clásico El quinteto de la muerte (1955) con Sir Alec Guinness y un joven Peter Sellers.
Porque ocurre que Cuatro muertos y ningún entierro (¿más explícito que el original, no?) tiene la suficiente dosis de humor liviano pero oscuro que busca a un espectador no presuroso por el impacto contundente, sino dispuesto a disfrutar una historia bien narrada a través de pinceladas sociales que poco a poco acumula cadáveres por diferentes causas y azares.
La pareja de protagonistas son dos losers fanáticos del cine, uno con pretensiones de actor y el otro de guionista que viven en un edificio de segunda mano con deudas por todas partes, especialmente, por el pago del alquiler. Los vecinos no son amigos pero comparten una apretada vida económica, y por esos motivos que tienen relación con la comedia (el azar, la casualidad, la causalidad), amontarán cadáveres en el departamento del frustrado actor. Si ellos desean asesinar o si todo se trata de una serie de equívocos y errores es una cuestión que resolverá el guión de Mark Doherty (uno de los intérpretes) y la funcional cámara del director. Cuatro muertos y ningún entierro (sí, título casi “robado” a Cuatro bodas y un funeral) es una película menor e inofensiva, bien narrada y astuta en su tono macabro, burlón y sin demasiadas pretensiones.
Se desconoce si a los ingleses les cayó bien una comedia que recordara a su humor de antaño. Sin embargo, las similitudes terminan en ese tono asordinado, ya que a aquellas películas británicas jamás se les hubiera ocurrido contar una historia con dos perdedores, borrachos y lúmpenes como protagonistas principales.