Criaturas nocturnas

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

De jaula en jaula

Para lo que suele ser el triste nivel del terror estadounidense, la verdad es que Criaturas Nocturnas (Wildling, 2018) es una grata sorpresa aunque desde el vamos vale aclarar que hay trampa incluida porque el director y guionista responsable, Fritz Böhm, es “importado” y en función de ello se entiende la sensibilidad heterogénea de la película en su conjunto. El alemán construye un relato que arranca en el campo de los thrillers de secuestro vinculados a un encierro llevado al extremo, después invoca los engranajes del coming of age en su versión femenina, con la menstruación y la amenaza masculina como elementos centrales y símbolos de una adultez inesperada, y finalmente deriva en una fábula de horror acerca de la hipocresía y la ignorancia/ intolerancia fascistoide social mediante la iconografía de los films de monstruos en general y la antiquísima vertiente de los licántropos en particular.

El núcleo de la historia es Anna (Bel Powley), una joven que pasó toda su infancia y gran parte de su adolescencia confinada a una habitación por un hombre al que conocía simplemente como “Papi” (el inoxidable Brad Dourif), el cual la alimentaba y le inyectaba todos los días leuprorelina para inhibir la secreción de estrógeno y evitar la maduración en un cien por ciento: cuando la chica le pide a su captor que la mate, ya agonizante por la sobredosis de la droga y luego de muchos años de no poder salir porque el picaporte de la puerta estaba electrificado, el hombre no tiene el valor para asesinarla y se pega un balazo él mismo que alarma a los vecinos y motiva el arribo al lugar de la oficial de policía Ellen Cooper (Liv Tyler), quien le salva la vida a ambos pidiendo una ambulancia y de a poco termina encariñándose con la muchacha a pesar del sutil desajuste cultural de por medio.

Es precisamente Cooper la tutora provisoria de Anna mientras se esperan los resultados del test de paternidad, esos que por cierto dan negativo para con el secuestrador, a lo que se suman el interés romántico del hermano menor de Ellen hacia la chica, Ray (Collin Kelly-Sordelet), un personaje bizarro vestido de lobo (James Le Gros) que se pasea por el pueblito rural de turno y aconseja a la protagonista sobre la metamorfosis que experimenta a partir de la llegada de la menstruación, y hasta un intento de violación por parte de un psicópata local, Lawrence (Mike Faist), quien termina faenado de un lindo mordisco en el cuello cuando la ataca a la salida de una fiesta nocturna; episodio que eventualmente provoca que los energúmenos de la región -entre ellos el propio Papi, que parece enterado de todo el asunto desde el inicio- se organicen para dar caza a la joven como si se tratase de un perro rabioso que no merece ningún tratamiento y que hay que matar cuanto antes. La propuesta en sí no tiene nada que ver con los licántropos ridículos del pasado remoto ni con la rama adolescente del rubro símil Ginger Snaps (2000) o La Marca de la Bestia (Cursed, 2005) ni la vertiente romántica en línea con Lobo (Wolf, 1994) ni el cine de acción de Dog Soldiers (2002) ni el esquema del “asesino en serie” a lo Aullidos (The Howling, 1981), Wolfen (1981) o Bala de Plata (Silver Bullet, 1985) ni tampoco con aquel planteo cómico de Un Hombre Lobo Americano en Londres (An American Werewolf in London, 1981).

Si bien por momentos Böhm hace avanzar demasiado rápido la acción y a nivel macro se puede decir que al opus le hubiese jugado mucho a favor que la trama se detuviese un poco más en determinados puntos para profundizar el desarrollo, la idea del realizador es muy interesante porque evita con elegancia la parafernalia hueca del cine púber actual (Powley es una muchacha normal -no una modelito- y todo el segmento de adaptación a la vida burguesa de Ellen y Ray esquiva esas secuencias larguísimas y redundantes de tanto drama de cotillón de “ovejas negras” escolares y demás), consigue un retrato en ocasiones poético de la sexualidad femenina (el estereotipo en cuestión, léase los cambios corporales, está muy bien trabajado ya que los diálogos son pocos y la imagen tiene preeminencia) y apunta a subrayar que la destrucción de los engaños familiares/ sociales debería ser la senda central a la verdadera adultez (incluso más importante que la partida de caza de los monigotes de derecha contra la protagonista, es el detalle de que quien se hacía llamar su padre le mintió y -por supuesto- hasta tuvo mucho que ver con la muerte de todo su linaje de antaño). Si por un lado estamos lejos del nivel de calidad del clásico freudiano del rubro, En Compañía de Lobos (The Company of Wolves, 1984), por el otro llaman la atención la simpleza y la eficacia esgrimidas por Böhm para denunciar que esto de vivir en comunidad no es más que una farsa en la que uno pasa de jaula en jaula como animal que nunca conoce la libertad…