Creed III

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Lo domesticado versus lo salvaje

Es sabido cómo se desarrollan a lo largo del tiempo todas las franquicias posmodernas de Hollywood dentro del rubro nostálgico/ masivo/ condescendiente y la saga boxística que nos ocupa no es precisamente la excepción: primero tenemos una película bastante decente que oficia de reboot y aprovecha para sorprender a un público que no esperaba el regreso y celebra el embate de idiosincrasia retro, hablamos por supuesto de Creed (2015), film de Ryan Coogler que reemplazó la impronta algo mucho forzada del eslabón anterior, Rocky Balboa (2006), del propio Sylvester Stallone, con una buena dosis de naturalismo de vieja escuela y “golpes bajos” dramáticos para la platea de espectadores veteranos, no obstante el asunto casi siempre deriva en una secuela apenas correcta que ya empieza a dar signos de cansancio porque la fórmula de siempre queda más en primer plano, en este caso aquella Creed II (2018), obra de Steven Caple Jr. que caía un escalón por debajo con respecto al opus de Coogler y en gran medida funcionaba como una remake camuflada de Rocky IV (1985), también de Stallone, para finalmente llegar al temido tercer capítulo de esta nueva etapa melancólica de la franquicia en cuestión y terminar de dejar a la vista de todos los hilos narrativos más burdos, el sustrato redundante de la propuesta y la pérdida de la magia de antaño, características de cabecera de esta mediocre a más no poder Creed III (2023), ópera prima como director del actor protagónico, un Michael B. Jordan que compone a Adonis Creed, el hijo ilegítimo de Apollo Creed (Carl Weathers), fallecido en Rocky IV.

El por demás extenso guión de Zach Baylin y Keenan Coogler, éste el hermano de Ryan, sigue el ABC del esquema retórico de la franquicia y retoma mucho de Rocky III (1982), de Stallone, al punto de parecer una remake muy poco disimulada, nos referimos a la odisea tontuela acerca de la rivalidad con el ex convicto James “Clubber” Lang (Laurence Tureaud alias Mr. T) en medio de la muerte de Mickey Goldmill (Burgess Meredith) y la flamante amistad con Apollo una vez que acepta entrenar al Balboa de Sylvester: Adonis se retira del boxeo luego de los eventos de Creed II y disfruta de un tiempito de paz con su esposa, la productora discográfica Bianca (Tessa Thompson), y su pequeña hija sorda, Amara (Mila Davis-Kent), hasta que reaparece un amigo de su infancia y adolescencia, Damian “Dame” Anderson (Jonathan Majors), boxeador amateur que pasó 18 años en la cárcel después de que un Adonis de 15 años (Thaddeus J. Mixson) golpease al que fuese el padre adoptivo de ambos, un sujeto violento llamado León (Aaron Alexander), y aquel Damian del pasado (Spence Moore II) sacase un arma para detener una pelea en puerta con los colegas del abusón, lo que derivó en ese arresto y esa condena que se fue alargando al extremo de casi dos décadas, por ello el personaje de Jordan, ahora dueño de un gimnasio administrado por Tony “Little Duke” Evers (Wood Harris), siente culpa y le consigue una contienda con su pupilo y actual campeón del mundo, Félix Chávez (José Benavídez), parte de un plan del reo para vengarse de Adonis por haberse borrado durante la reclusión de su otrora amigo.

Aquel melodrama improvisado e hiper nostálgico de Creed II alrededor de la pugna con Viktor Drago (Florian Munteanu), el vástago también boxeador de Iván Drago (Dolph Lundgren) y Ludmilla Vobet Drago (Brigitte Nielsen), es sustituido en Creed III por los dos principales latiguillos de Rocky III, léase primero el fallecimiento de la figura paterna/ formativa, hoy nada menos que la progenitora de Adonis, Mary-Anne (Phylicia Rashad), y segundo el ascenso de un ex presidiario que hace las veces del desconocido que irrumpe en la escena del negocio millonario del boxeo mainstream de alta performance, este Damian de un Majors que se hizo conocido con El Último Hombre Negro en San Francisco (The Last Black Man in San Francisco, 2019), interesante propuesta de Joe Talbot, y Lovecraft Country (2020), la serie de Misha Green para HBO, y que honestamente opaca a Jordan en cada una de sus intervenciones, ambos a su vez muy supeditados al leitmotiv de fondo del “luchador domesticado/ negro emblanquecido, Creed, versus el peleador salvaje/ originario, Anderson”. En el planteo de turno Adonis se transforma en un cobarde que salió huyendo de aquella batalla callejera con León por la llegada de la policía y Damian resulta mucho más empático porque, de hecho, es el que sufrió la pesadilla detrás de los barrotes y el que atraviesa una metamorfosis identitaria a lo largo del relato, pensemos en este sentido que empieza dando lástima para ganarse la confianza de Adonis y aspirar al título, a posteriori muta en un villano símil el Lang de Mr. T y durante el final deriva en un antihéroe querible.

Hay que reconocer que a pesar de su grasitud melosa innegable, el rol decorativo, necio e innecesario de la esposa y la hija del protagonista y la nula imaginación dramática del film o su tendencia a refritar viejos recursos del arsenal que patentó Stallone en la cada día más lejana e insuperable Rocky (1976), de John G. Avildsen, por cierto todos robados de El Estigma del Arroyo (Somebody Up There Likes Me, 1956), de Robert Wise, Réquiem para un Peso Pesado (Requiem for a Heavyweight, 1962), de Ralph Nelson, y Ciudad Dorada (Fat City, 1972), de John Huston, Creed III no llega a ser una mala película pero tampoco una buena en serio porque Adonis por sí solo no sostiene la experiencia cinematográfica, lo que sin duda equivale a decir que lo que rescataba a Creed II de la condición de bodrio era la presencia de “Sly” Stallone y del clan Drago en su conjunto, puñetazo a las tripas de la melancolía para que los espectadores recuerden tiempos mejores ya que hasta una epopeya ultra estúpida como Rocky IV -típico engendro hollywoodense de las postrimerías de la Guerra Fría- supera con creces a las tres partes de esta Creed. Se agradece, como decíamos con anterioridad, el desempeño del perfecto Majors aunque la previsibilidad de la trama, la prolijidad desabrida de Jordan y sus floreos fuera de lugar detrás de cámaras, por momentos copiando en los combates al anime más berretón y a la maravillosa “heroic bloodshed” de John Woo y Ringo Lam, subrayan la ausencia del aquí únicamente productor Sylvester, hoy en día luciéndose en Tulsa King (2022), serie de Paramount+ a cargo de Taylor Sheridan…