Conspiración divina

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Un peón en el tablero

Desde que se inaugurase en 1869 el Canal de Suez, una vía de comunicación artificial de suma importancia para el comercio internacional de petróleo, materias primas y productos manufacturados entre Europa y Asia porque une al Mar Mediterráneo con el Golfo de Suez del Mar Rojo, Egipto quedó en mayor o menor medida en manos de un Reino Unido que extendió su soberanía neocolonial hasta mediados del Siglo XX, un momento en el que la Revolución de 1952 llevó al poder al Movimiento de Oficiales Libres y a su líder máximo, Gamal Abdel Nasser (1954-1970), héroe del panarabismo de influjo socialista que sería sustituido luego de su fallecimiento por Anwar el-Sadat (1970-1981), aquel colega que hizo exactamente lo contrario porque reemplazó a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas como aliado fundamental con los Estados Unidos e Israel y se volcó a reformas políticas y económicas pro mercado que hambrearon al pueblo. Después del asesinato de el-Sadat, a raíz de sus repetidos coqueteos con los grupos extremistas islámicos para sacarse de encima a la oposición de izquierda, Hosni Mubarak (1981-2011) asume el cargo de presidente de Egipto y sigue la estela de fraudes y diversas elecciones de candidato único que siempre caracterizaron al país africano, amén de una suerte de continuidad capitalista con respecto a lo hecho por su antecesor que una vez más se corta con esa Revolución de 2011 que lleva al poder a la rama moderada de los Hermanos Musulmanes, una organización fundamentalista muy deseosa de sustituir a estas farsas democráticas por califatos, así las cosas Mohamed Morsi (2012-2013) sale elegido como nuevo presidente, el único producto de comicios más o menos legítimos, aunque pronto es derrocado mediante el Golpe de Estado de 2013 que entroniza al tirano actual del país, Abdel Fattah el-Sisi, quien como todo payaso de derecha del Tercer Mundo se la pasa endeudándose, reduciendo subsidios a los servicios públicos, aumentando el costo del transporte y eliminando la carga impositiva sobre los sectores más concentrados/ poderosos, además de la reducción paulatina de toda asistencia social estatal.

Conspiración en El Cairo (Walad min al-Janna, 2022), quinto largometraje ficcional del director sueco de linaje egipcio Tarik Saleh, es precisamente un ataque abierto y bastante virulento a el-Sisi y su movida política/ cultural/ religiosa/ cuasi monárquica de situar a un ladero suyo en lo más alto de la Universidad de al-Azhar y la Mezquita de al-Azhar, dos instituciones hermanadas y muy importantes dentro del islamismo mayoritario sunita y por cierto controladas por el Gran Imán de al-Azhar, título de carácter eclesiástico y comunal que durante siglos se mantuvo independiente con respecto a los vaivenes de los Golpes de Estado y las elecciones espurias de Egipto, a su vez un modelo a seguir en el ecosistema musulmán de todo el planeta. Adoptando un marco de thriller de espionaje y/ o político aunque sin descuidar un sustrato amargo de relato de aprendizaje o bildungsroman, el film nos presenta el derrotero de Adam (ese perfecto y lacónico Tawfeek Barhom), un joven de una familia de pescadores de Manzala que recibe una beca para estudiar en la sede principal de El Cairo de la universidad, con el beneplácito de su cariñoso pero estricto padre (Samy Soliman), y que termina inmiscuido en una operación por parte de el-Sisi para aprovechar la muerte del último Gran Imán y llevar al poder a un candidato afín, Omar Beblawi (Jawad Altawil), lo que implica eliminar a la competencia, primero un ciego de vasto prestigio y sin afiliaciones políticas, Negm (Makram Khoury), y segundo un jerarca militante cercano a los ahora proscriptos Hermanos Musulmanes, Durani (Ramzi Choukair). Las órdenes bajan desde el General Sakran (Mohammad Bakri) al jefe de la Seguridad del Estado, el maquiavélico y desalmado Sobhy (Moe Ayoub), quien a su vez le encarga a un oficial veterano, Ibrahim (Fares Fares), que reemplace al último infiltrado en la casa de estudios, el recientemente asesinado Zizo (Mehdi Dehbi), con otro “ángel”, hablamos de un estudiante de primer año aún sin corromper para que oficie de informante y sabotee las candidaturas de los otros profesores/ imanes de al-Azhar con vistas a garantizar el ascenso de Beblawi.

La película, filmada en Turquía y especialmente en la imponente Mezquita de Solimán de Estambul, trabaja muy bien el doloroso discurrir del complot porque nuestro protagonista primero traba amistad con Zizo, el asistente de un Negm que después de la muerte del muchacho confiesa su asesinato siendo inocente con la idea de revelar la verdad durante el juicio, eso de que Zizo era un infiltrado de los servicios secretos y que fue ejecutado porque su identidad fue revelada sin que sepamos exactamente cómo ocurrió, por ello Ibrahim recluta al ingenuo de Adam para que se infiltre en una célula universitaria de los Hermanos Musulmanes comandada por Soliman (Sherwan Haji), el asistente/ discípulo de Durani. La criatura de Barhom eventualmente es descubierta por el líder estudiantil pero su manejador lo rescata justo a tiempo y obliga a Soliman a renunciar para situar a Adam como el nuevo sirviente del imán, de quien descubre un secretito escabroso porque dejó embarazada por fuera de su matrimonio a una adolescente de la edad de sus hijas, mocoso ya nacido de por medio. Ibrahim insta a su peón a pasarle el dato a la competencia en la sucesión y amigote de el-Sisi, Beblawi, con quien concuerda acusar a Durani en una conferencia religiosa para anular su candidatura y rápidamente provocar que el testaferro institucional se transforme en el flamante Gran Imán de al-Azhar, eje fundamental de la jurisprudencia en términos de la autoridad en el universo islámico. Conspiración en El Cairo, como aquellas realizaciones de la época de la Guerra Fría símil El Embajador del Miedo (The Manchurian Candidate, 1962), de John Frankenheimer, Archivo Confidencial (The Ipcress File, 1965), de Sidney J. Furie, y El Espía que Vino del Frío (The Spy Who Came In from the Cold, 1965), de Martin Ritt, no sólo retrata el carácter antropófago y mitómano del poder en las sombras sino su absurdo y los problemas de conciencia que a veces surgen en la práctica, aquí representados en la agria pugna entre la frialdad lambiscona de Sobhy y los escrúpulos éticos/ morales de un Ibrahim que se niega a “desechar” sin más a Adam una vez que la misión llegó a su fin.

Saleh nunca fue un cineasta parejo a nivel cualitativo y por ello en su producción artística es posible hallar desde trabajos mediocres como Tommy (2014), drama criminal bastante olvidable, y El Contratista (The Contractor, 2022), debut anglosajón y thriller de acción con ecos indisimulables del Jason Bourne de Matt Damon, pasando por obras atendibles en línea con Gitmo (2005), documental codirigido junto a Erik Gandini sobre el Centro de Detención de Guantánamo y las torturas durante la administración del genocida George W. Bush, y Metropia (2009), fantasía animada avant-garde muy influenciada por Brazil (1985), de Terry Gilliam, hasta películas estupendas como la presente y la otra colaboración entre el director y el maravilloso intérprete Fares Fares, Crimen en El Cairo (The Nile Hilton Incident, 2017), un neo noir por un lado inspirado en el homicidio de la cantante libanesa Suzanne Tamim, ocurrido en la Dubái de 2008, en los Emiratos Árabes, y por el otro lado consagrado a pegarle a las postrimerías de la dictadura de Mubarak circa la Revolución de 2011 que lo desbancó, en esencia denunciando la corrupción, el autoritarismo, la enorme pobreza, las redes mafiosas, la ignorancia popular y la impunidad y crueldad del aparato represivo de Egipto, siempre sostenido por esa alianza cívico militar que se mantiene en el poder desde el gobierno de el-Sadat con la venia del Fondo Monetario Internacional y las potencias occidentales que lo controlan. Conspiración en El Cairo, en este sentido, puede leerse como un estudio de la paranoia voraz de los cuadros dirigentes y también como una secuela espiritual de la obra anterior aunque en versión invertida, ya que otrora teníamos el periplo de Noredin Mostafa (Fares) desde el envilecimiento hacia una especie de redención parcial y en esta oportunidad nos encontramos frente al viaje opuesto desde la inocencia hacia esa putrefacción que domina en las altas cúpulas del capitalismo estatal subsidiario, apenas otra pieza en el tablero geopolítico internacional que lleva a aquellos conscientes de la manipulación a replegarse para regresar a labores nobles como la pesca ultra artesanal…