Conocerás al hombre de tus sueños

Crítica de Javier Porta Fouz - HiperCrítico

Con Conocerás al hombre de tus sueños (You Will Meet a Tall Dark Stranger), Woody Allen juega otra vez al artista expatriado. Estamos otra vez en Londres, y con coproducción española. Y juega otra vez, y esta vez quizás con más intensidad que nunca, a recalentar restos. Es decir, Conocerás al hombre de tus sueños es una mescolanza poco feliz de Maridos y esposas, Poderosa Afrodita, Alice, Crímenes y pecados y otros Allen. Varios personajes, divorcios, envejecimiento, una adivina, un robo artístico, frustraciones varias y mezquindad constante (salvo en el personaje de Banderas, y tal vez por eso Allen lo abandona antes que al resto). Sí, antes que al resto, porque los abandona a casi todos, y en cualquier lado: llama la atención, en una película de sentidos tan clausurados como ésta, que al final los largue a la deriva después de haberlos descripto a repetición, con una voz en off que en la abrumadora mayoría de los casos no hace más que repetir lo que vemos en la imagen, como si estuviéramos ante una narración para ciegos (o para sordos). El nivel de obviedad de lo que le pasa al personaje de Josh Brolin con su novela (que se ve venir a mucha distancia), la manera de presentar la mínima vuelta de tuerca del tipo muerto y el tipo en coma, la insultante previsibilidad de la historia del personaje de Anthony Hopkins (que es un señor rico que sabe de negocios pero que es, según nos muestra Allen, un idiota irremediable que no ve lo que tiene ante los ojos), el retrato estilo Midachi de su nueva mujer, las conversaciones de los señores en el gimnasio y una larga lista de etcéteras me llevan al siguiente exceso interpretativo: Allen maltrata a sus personajes y a sus películas porque en estos tiempos se desprecia profundamente como creador. Sinceramente, no encuentro otra explicación para otra película más que evidencia las enormes distancias a las que actualmente está Allen del director que supo ser, ese que contaba su universo neoyorquino con neurosis, orgullo y filo, y no era este turista misántropo que hace de Londres el escondrijo para sus peores películas.