Condorito

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Picardías animadas para exportación

Mafalda, del argentino Quino/ Joaquín Salvador Lavado Tejón, y Condorito, del chileno Pepo/ René Ríos Boettiger, son las dos historietas sudamericanas más difundidas en el mundo y si bien poseen algunos elementos en común, como por ejemplo el objetivo de retratar las contradicciones del sentir latino, por lo general priman las diferencias: Mafalda solía estar orientada a viñetas cortas con un fuerte dejo aleccionador, social y de izquierda, y Condorito en cambio siempre fue más simple porque históricamente apuntó a un populismo bastante sensato basado en latiguillos y premisas que siempre repetían el mismo esquema narrativo, uno vinculado tanto a la parodia nacional como al humor absurdo. Quizás el ingrediente unificador más importante de ambas obras sea la picardía subyacente a los relatos, esa que encontramos -en mayor o menor medida- en toda América Latina.

Si nos concentramos en Condorito, bien podemos decir que la creación de Pepo pasó por todos los formatos gráficos posibles y atravesó una multiplicidad de encarnaciones a lo largo de sus casi 70 años de existencia, un derrotero cuyo último eslabón es el film homónimo que nos ocupa, una propuesta animada que sin ser una maravilla por lo menos resulta digna, entretiene y cuenta con suficientes referencias para satisfacer a los espectadores más entrados en años que leyeron en algún momento el cómic original: por más que sólo sean citas al paso, aquí no faltan “exijo una explicación” y “xxx el roto Quezada”, entre tantas otras frases, situaciones y personajes secundarios que solían condimentar las aventuras del protagonista principal, el cual -por suerte- hoy aparece bajo el ropaje empobrecido de sus orígenes y lejos de los aires burgueses de épocas posteriores.

La trama más o menos respeta los engranajes más bizarros/ ridículos de la historieta, aunque adaptados a los estereotipos actuales del cine infantil. En medio de una estructura que involucra una invasión alienígena relacionada con sus antepasados, Condorito una vez más es un “buscavidas” que comparte hogar en Pelotillehue con su sobrino Coné, gusta de tomarse unos tragos con sus amigos, quiere mucho a su novia Yayita y detesta a Tremebunda, su suegra (en realidad el sentimiento es mutuo). De hecho, el asunto viene por el lado de la reconciliación porque a la que secuestran los malos es a Tremebunda, lo que motiva el típico viaje de aventuras de Condorito y Coné en pos de hacerse de un misterioso medallón que deberían intercambiar por la susodicha, todo mientras que Pepe Cortisona, su rival y el otro gran pretendiente de Yayita, avanza para conquistar el corazón de la chica.

Considerando que la obra responde a una naturaleza mainstream para los estándares latinos pero relativamente artesanal para los del resto del globo, el convite cumple con creces en el rubro animado aunque padece ese habitual revoltijo en materia de acentos propio de las superproducciones de anhelos internacionales. Más allá de ese detalle, y de la esperable catarata de clichés del relato, a decir verdad el opus explota bastante bien la idiosincrasia clásica de la saga (las únicas preocupaciones de las clases populares pasan por la familia, el fútbol y dilapidar el tiempo haciendo nada, y los ricos son vistos como engreídos, ventajistas y moralmente horrendos: el espejo para con la realidad cotidiana sigue intacto) y la experiencia en su conjunto a veces hasta sorprende gracias a la ambición de las resonancias del planteo narrativo de base (viaje al espacio y misión suicida de por medio, asimismo con mucho desarrollo de personajes dedicado a unos aliens símil moluscos). Las buenas intenciones y la prolijidad autoconsciente -lista para la exportación- permiten a Condorito: La Película (2017) escapar del destino cualitativo funesto de gran parte de los intentos animados que desde nuestro sur pretendieron llegar a geografías muy distantes…