Con derecho a roce

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Un paso en falso en la autoparodia

Tanto se han explorado (y explotado) las fórmulas de la comedia romántica que a esta altura a los guionistas de Hollywood sólo les queda dar una vuelta de tuerca más y jugar con (y reírse de) los clichés del género. Eso es lo que propone e intenta esta ópera prima de Justin Reardon coescrita por los también inexpertos Chris Shafer y Paul Vicknair. El problema es que el juego autoparódico e irónico no funciona nunca y, por lo tanto, Con derecho a roce resulta aún más ridícula y menos eficaz que el exponente más elemental de la comedia romántica que pueda imaginarse.

Un film de estas características ya arranca mal cuando todos los personajes tienen nombre menos los dos protagonistas: Chris Evans y Michelle Monaghan. Él es un guionista al que su agente le encarga escribir de apuro una comedia romántica. El problema es que el galán -habituado al sexo fácil y los encuentros efímeros- nunca ha estado enamorado y no sabe ni por dónde empezar. Pero un día conoce a "Ella" en un evento benéfico y, claro, quedará fascinado por su belleza e ingenio. Pero la muchacha está a punto de casarse y en principio deciden ser sólo amigos. No tiene sentido continuar con la descripción porque el lector podrá completar por sí solo la sinopsis y no errará ninguno de los conflictos, uno más obvio y trillado que el otro.

El film intenta ser algo más moderno e ingenioso mediante algunos inserts absurdos y el uso permanente de la voz en off del Capitán América, que funciona como contrapeso cínico, como pensamiento defensivo ante las desventuras y enredos que sufre el protagonista.

Evans, puro entusiasmo y simpatía, es lo mejor (o menos peor) del film, mientras que una notable actriz como Monaghan sigue en caída libre con unos últimos proyectos (Lo mejor de mí, Pixeles y éste) que jamás están al servicio (ni a la altura) de sus múltiples matices.

Hay escenas en un bar -a la Cuando Harry conoció a Sally-, hay un cuarteto de amigos de él (Topher Grace, Aubrey Plaza, Luke Wilson y Martin Starr) tan patéticos como supuestamente graciosos, pero ni esos ni otros elementos de sitcom ni la química romántica funcionan mínimamente en un film tan esquemático y estructurado, tan poco fluido y gracioso, que lleva a preguntarse qué pudo haber pasado en el seno de una industria tan capacitada y profesional a la hora de concebir este tipo de productos como la de Hollywood.