Cómplices del silencio

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

Recuerdos oscuros del Mundial ‘78

Centro gravitacional del gigantesco operativo de ocultamiento practicado por la última dictadura, no es raro que el Mundial del ’78 –con su flagrante oposición entre fastos y festejos oficiales y el horror, tortura y muerte de la realidad– haya sido reiteradamente visitado por el cine de las últimas décadas. Desde antes del fin del régimen militar, incluso. Como se recordará, ya en 1982 Plata dulce hacía chocar las imágenes documentales de los festejos callejeros con una realidad que en ese caso no era la de los campos de concentración –no hubiera sido posible–, sino la determinada por la política económica de Martínez de Hoz & Cía. A esa serie largamente transitada se suma ahora Cómplices del silencio, primer resultado del convenio de coproducción a largo plazo celebrado el año pasado entre el Incaa y su par italiano.

Dirigida por el napolitano Stefano Incerti, rodada por técnicos italianos y actuada por un elenco binacional, la sombra de lo ya visto planea indefectiblemente sobre Cómplices del silencio. No sólo lo visto en las películas que toman como eje al Mundial del ’78, sino en muchas otras. La historia oficial, notoriamente. Como la profesora de Historia de aquella película, Maurizio Gallo, periodista deportivo italiano al que su medio envió a cubrir el evento (Alessio Boni, coprotagonista de La mejor juventud y Mi hermano es hijo único), parece ignorar todo lo que sucede en el país. Por más que información sobre represión y desaparecidos no faltaba en Europa por entonces. Lo descubrirá no tanto gracias a sus parientes locales (típica familia de clase media barrial, presidida por Jorge Marrale), sino merced al afortunado encuentro con una fotógrafa, que resulta ser militante montonera de arma en mano (Florencia Raggi).

La idea del siniestro familiar, presente en Cordero de Dios, reaparece también aquí. Funcionario de la dictadura vinculado con la represión, el personaje de Juan Leyrado no moverá un dedo para rescatar a su cuñado, estudiante secundario a quien los miembros de un grupo de tareas acaban de secuestrar (Tomás Fonzi). Como tantos padres y madres de la época, Mauricio Gallo (Marrale) y su esposa Teresa (Rita Terranova) descubren la militancia entre pasillos de ministerios y secretarías, intentando averiguar el paradero de su hijo. Frente a puertas cerradas y cínicas excusas, aprenderán que nada puede esperarse de funcionarios, diplomáticos extranjeros y representantes de la jerarquía eclesiástica. Consecuencia de lo cual ella, señora de barrio hasta entonces bastante ingenua, terminará colocándose sobre la cabeza un pañuelo blanco, integrándose a un grupo de madres poco dispuestas a la resignación.

Es posible que para el público extranjero todo esto represente una novedad. Para el espectador local está lejos de serlo. Como en términos estrictamente cinematográficos tampoco hay novedades aquí, los méritos se reducen al digno sorteo del cocoliche por parte de actores locales a los que les toca hablar en italiano, y a una visceral actuación de Jorge Marrale, en el papel de padre desesperado por la desaparición de su hijo.