Competencia oficial

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Bien dicen que el ego refleja más la falta de seguridad en sí mismo y esa necesidad imperiosa de sentirse el centro de atención que la mera valoración excesiva o sobrevaloración de lo que uno cree que es. Los personajes de Penélope Cruz, Antonio Banderas y Oscar Martínez son, en Competencia oficial, un muestrario de mezquindades y divismos sin límite aparente.

A Mariano Cohn y Gastón Duprat, los directores de El ciudadano ilustre y El hombre de al lado, les gusta, sienten fascinación por los personajes que tienen dos caras. Hipócritas. Y si tienen poder o reconocimiento, mejor cuidarse de ellos.

La película trata sobre una película. Un empresario multimillonario quiere trascender, ganar prestigio y antes de levantar un puente prefiere producir un filme. Para ello elige contratar a una artista que ha ganado todos los premios, la cineasta Lola Cuevas (Cruz, quien quiera ver en ella a otra artista, que arroje la primera piedra), quien decide que los intérpretes indicados son Félix Rivero (Banderas) e Iván Torres (Martínez).

Pero no porque sean los mejores. O tal vez, sí, Félix ha saltado al star system hollywoodense (qué mejor que Banderas para encararlo) e Iván es un tipo que viene del Método, maestro de actores. Van a interpretar a dos hermanos, y siendo tan diferentes -aunque se verá que no- y utilizando diferentes abordajes para llegar a compenetrarse en sus personajes, Lola apela a los choques para delinear a los personajes.

Para el cacheteo
Cine de choque, de sopapos es el de Cohn y Duprat. Priorizan cachetear a los protagonistas como también al público, como pretendiendo sacarlos de la modorra, del acostumbramiento, de lo ya establecido o probado. Como Lola hace con Félix e Iván.

Es una historia en la que los juegos de poder, el sincerarse o no, están allí arriba, en el centro del cuestionamiento. “Tú también te arrastras por dinero, sólo que por menos que yo”, se defiende el personaje de Banderas ante los ataques del de Martínez. Las zancadillas son constantes, filosas, los diálogos son puntuales, precisos, no les sobra ni les falta nada.

Todas estrellas consagradas, se sabe que los actores aportaron experiencias en rodajes previos, situaciones que podían bordear el ridículo que vivieron con otros compañeros de elenco para que los ensayos, que es en verdad el núcleo de la película, resultaran lo más divertido, sorpresivo y, de nuevo, desestabilizante.

Al margen, o seguramente a partir del guion que los realizadores escribieron con su habitual colaborador, Andrés Duprat, las actuaciones del trío protagónico son estupendas. Podrán estar enmarcadas en primerísimos primeros planos, o estar allí, en el centro de una habitación enorme, y el cimbronazo, el efecto de lo que dicen o actúan, llega, produce su impacto. Impresiona.

La impostura, el snobismo, la necesidad de reconocimiento y el sentirse superiores son temas que tocan a todos y a cada uno de los que están involucrados en Competencia oficial, una comedia ácida, por momentos desvergonzada, siempre atrevida.

Y como mucho o todo el cine de Cohn y Duprat, tendrá quienes la amen y quienes la desestimen o subestimen… Que es uno de los logros de la película.