Como entrenar a tu dragón

Crítica de Leonardo M. D’Espósito - Crítica Digital

Con emoción y sin exhibicionismo técnico
De los creadores de Lilo & Stitch, llega una nueva historia de amistad entre un chico y su mascota, aunque ahora es en el marco de vikingos y dragones. Se puede ver en formato de 3D o también en 2D.

Cuando nació el cine, los textos sobre el asunto no se ocupaban de las películas sino del fenómeno que implicaba ver que las imágenes se movían. Con el tiempo, el público se acostumbró y el cronista comenzó a hablar de los films, transformándose –junto al espectador– en crítico, poco a poco. Hoy se vive una situación similar –no igual– respecto del 3D: a medida que van acumulándose las películas, el efecto relieve deja de ser una novedad y lo que vuelve a importar es si el film convoca la empatía, causa alguna emoción, funciona de acuerdo con sus propias reglas de juego, propone un mundo.

Por suerte, hay realizadores capaces de utilizar con creatividad la herramienta de acuerdo con sus propios deseos. Cómo entrenar a tu dragón, una película de y sobre chicos, fue dirigida por Dean DeBlois y Chris Sanders, los autores de Lilo & Stitch, lo que demuestra que hay una visión del mundo coherente y que la técnica se utiliza en función del relato: aquel éxito de Disney era animación tradicional, colorida, llena de acuarelas pintadas a mano; éste film de DreamWorks es sofisticada animación por computadoras con sensación de relieve anteojos mediante. En ambos casos, se trata de ese enorme, raro, inefable lazo entre una persona y su mascota. Después de todo, la mascota –gato, perro, bicho extraterrestre, dragón lastimado– es alguien que necesita ser integrada. Como un chico, un adolescente o cualquiera de nosotros.

En Cómo entrenar..., Hipo es hijo (inteligente pero “débil” según la mirada de los otros) de un jefe vikingo en una aldea marítima donde los dragones saquean a dirario. La guerra entre vikingos y dragones es a muerte; pero Hipo traba conocimiento con un ejemplar de una especie peligrosísima que, pobre, se lastimó y no puede volar. En la manera como, con sólo gestos, miradas y movimientos, los realizadores narran esa amistad se nota que el film no está realizado para el exhibicionismo de la técnica sino al revés: la técnica está forzada para causar emociones. A partir de ese vínculo (pocas veces mostrado con tanta precisión como esta vez, sin edulcorante artificial y sin simpatías mecánicas) se cruzan como lados de un prisma el desarrollo de una relación padre-hijo, del vínculo amoroso infantil entre Hipo y Astrid, su compañera en el “entrenamiento de dragones”, y los lazos de compañerismo con otros chicos de esa “escuela”. El film no deja nunca de lado la aventura ni la maravilla de ciertas secuencias donde se representa la libertad de volar y ser fiel a uno mismo, pero se sostiene como una fábula sobre cómo las relaciones y sus diferencias son las que construyen una comunidad.

El juego del relieve nos sumerge en este mundo y nos permite una lección respecto de la tecnología: de nada vale que “entremos” en la acción si no podemos creer en ese mundo como en algo real. Y la clave son los personajes, especialmente el dragón, que a veces es un gato, a veces un perro y siempre, bueno, un dragón. Ambos personajes –Hipo y su mascota– también son inteligentes: en ese punto, el relato avanza con fluidez gracias a que comprendemos cómo piensan y resuelven problemas sus criaturas. Que, por lo demás –y ya desde el tratamiento en el original inglés de los nombres– recuerdan mucho a la historieta clásica europea Astérix.

Si hacía falta un valor extra a este film sobre lo maravilloso del amor y la inteligencia, es que, además y de contrabando, es la primera adaptación lograda del supremo cómic francés. Cómo entrenar a tu dragón es ese objeto raro: una película sobre lo infantil y la familia que no es ni pueril ni reaccionario, que dice –en las últimas imágenes– que no hay triunfo sin pérdida ni felicidad sin esfuerzo.