Cloud Atlas: La red invisible

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Cloud Atlas: La red invisible es varias películas a la vez; ninguna demasiado buena, todas más o menos atrapantes y alguna que otra ocasionalmente lúcida. La empresa de los Wachowski y del alemán Tom Twyker (los tres son los directores y guionistas) es curiosa y puede resumirse así: querer abrazar casi todo el cine, contar sus historias, apropiarse de sus tonos, lograr sus efectos. Allí también se juega un sentir de época que los excede a ellos y que tiene que ver con la necesidad del cine de mostrarse cada vez más enorme, gigante, capaz de condensar una gama creciente de experiencias a las que antes se accedía de manera separada. Llama la atención que con un desarrollo mayor las distintas partes que conforman Cloud Atlas podrían llegar a constituir películas individuales, pero existe la necesidad de unirlas, de amontonarlas y aplastarlas hasta conseguir un pastiche donde todo encaja y en el que se nos recuerda permanente eso, el carácter vincular de las partes, que “todo está conectado” (la “red invisible” del título local nunca llega a ser tal por culpa de los subrayados y recordatorios del guión).Esa sumatoria podría servir para muchas cosas, por ejemplo, para construir un mundo opaco, misterioso, que debido a la amplitud y la oscuridad de sus dimensiones fuera capaz de resistir la explicación fácil. Lamentablemente, como ya lo demostraron en la trilogía de Matrix o en V de Venganza, los Wachowski no pueden operar si no es a través del mensaje grandilocuente: Cloud Atlas, incluso con la enorme cantidad de material narrativo que tiene entre sus manos, no deja resquicio para la ambigüedad, todo está en función de esclarecer unos pocos sentidos que no son otra cosa que ideas solemnes acerca del hombre, sus actos y la sociedad. Durante las casi tres horas de metraje no se hace otra cosa que machacar siempre lo mismo: que las obras buenas y malas repercuten en el tiempo y en el espacio, que la humanidad comete siempre los mismos errores, etc. Además de adscribir a esa concepción tan gastada como pobre y simplista que sostiene que la Historia es un eterno retorno y que todo se repite (desconozco si en el libro de David Mitchell se propone lo mismo), Cloud Atlas desaprovecha la exploración de los detalles de cada relato porque no puede ver más que constantes, se desvela por buscar siempre el gesto que le permita postular la condición circular de la humanidad. De esa manera, se pierde de indagar más y mejor en el universo cómico y por momentos absurdo del relato del editor Timothy Cavendish, que cuenta entre sus puntos más altos con un geriátrico desquiciado donde la gente es retenida contra su voluntad por una enfermera monstruosa (interpretada por Hugo Weaving travestido), y con una pelea memorable entre un tosco escritor y un crítico pomposo que termina con el lanzamiento del segundo desde un balcón. El trío de directores también se muestra seguro en la historia que transcurre en Neo Seúl, con sus coordenadas de futuro distópico y con unas japonerías visuales muy wachoskianas. El resto del tiempo, los directores parecen no interesarse en todos sus personajes y escenarios más que para construir una falsa babel que en realidad habla una misma y única lengua: la del cine pesado que gusta del mensaje grandilocuente.