Ciudades de papel

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Un amor de novela

Bajo la misma estrella no estaba mal. Ciudades de papel está bien, hasta podría decirse que muy bien. Me habré transformado en un crítico blando y conformista, afecto a los dramones basados en best sellers adolescentes de John Green, pero en ambos casos (y sobre todo en este) llegué a la proyección sin ninguna expectativa favorable y salí más que conforme.

Si se indignaron con los golpes bajos y de efecto propios de las situaciones extremas de Bajo la misma estrella, cabe indicar que Ciudades de papel es una historia bastante más moderada, pero no por eso menos intensa. Es un film con un corazón enorme, que logra emocionar con recursos muchas veces genuinos, sin caer demasiado en las esperables manipulaciones.

El director Jake Schreier (Un amigo para Frank) transforma el combo high-school + coming-of-age en algo bastante creíble y sensible con su exploración de los códigos de lealtad, los sueños, deseos, inseguridades y frustraciones de un puñado de adolescentes (los personajes están terminando la escuela secundaria y andan por los 17/18 años).

Relato de iniciación (al sexo, a la adultez), Ciudades de papel narra las desventuras de Quentin Jacobson (Nat Wolff, el Isaac en Bajo la misma estrella), un muchacho de Orlando que pasa el tiempo con dos auténticos nerds llamados Radar (Justice Smith) y Ben (Austin Abrams). Quentin ha estado enamorado desde siempre de su vecina Margo Roth Spiegelman (la célebre modelo británica Cara Delevingne en un más que digno trabajo), quien de forma inesperada reaparece en su vida compartiendo una noche de locura, venganza y destellos románticos.

Pero al día siguiente Margo desaparece y Quentin se convencerá de que tiene que seguir sus pasos (y convence también a sus amigos de que lo acompañen en un extenso viaje en auto no exento de peripecias y vueltas de tuerca inesperadas). No conviene adelantar nada más, pero esta segunda mitad, con algunos tópicos propios de la road-movie juvenil, también funciona razonablemente bien.

No será una película innovadora y hasta sobrevuela múltiples clichés del subgénero (el debut sexual, el baile de promoción, las relaciones entre padres de clase acomodada e hijos adolescentes), pero Ciudades de papel nunca pierde el eje, la fluidez ni la naturalidad que le aportan sus intérpretes. No hay por qué poner entonces reparos injustos e innecesarios. En los términos en que está planteado, es buen cine y punto.