Cinco minutos de gloria

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

La reconciliación más difícil

Cinco minutos de gloria aborda la reconciliación, un fenómeno casi universal.

Ideal como disparador para un debate hipotético sobre violencia política en un sexto año de secundario, Cinco minutos de gloria pretende ahondar sobre un fenómeno casi universal y un imperativo cívico que suele repetirse en donde haya existido una sociedad enfrentada políticamente: la reconciliación.

Dividida en tres actos, el inicio es el prólogo de una desgracia y de un espíritu de época. Es 1975. En un pueblo de Irlanda del Norte, Alistair, un joven protestante de 17 años, simpatizante de la soberanía inglesa, asesina a un joven católico de 19 años como “rito de pasaje” y respuesta a las coordenadas políticas de su tiempo. Habrá un testigo, Joe, el hermano de la víctima, un niño de 11 años.

Luego, 25 años más tarde, Joe (J. Nesbitt) y Alistair (L. Neeson), por separado, se dirigen a un mismo destino: una mansión que servirá como un set de filmación de la BBC. Se trata de un programa sobre la reconciliación. La tensión es evidente, y el montaje paralelo acentúa la eminente colisión. ¿Joe le dará la mano o lo querrá matar? Habrá una respuesta explícita, aunque no será en ese truculento show en donde se verán (lo que jamás sucedió entre los hombres que inspiraron el filme).

Hirschbiegel y Hibbert eligen la vía de psicologizar el conflicto. Eso explica que a menudo escuchemos los pensamientos de sus criaturas. Políticamente reduccionista, la película sugiere que la elección de Alistair es un asunto de pertenencia. El mensaje: los jóvenes no deberían unirse a grupos políticos que los separen de la sociedad.

Cinco minutos de gloria plasma el tormento de haber matado y la furia de quien padece por motivos políticos la muerte de un ser querido. La reconciliación aquí es sustituida por la confrontación: no se trata ni de perdón, ni de olvido. Quizás alcance con reconocerse y elegir cohabitar a la distancia.