Cigüeñas

Crítica de Javier Porta Fouz - HiperCrítico

Me había perdido Cigüeñas. Y al ver Trolls, de la que escribí acá, tuve la necesidad de verla con premura. Así que al otro día vi la primera película animada escrita y dirigida por Nicholas Stoller, que está haciendo una carrera muy importante centrada en la comedia (Forgetting Sarah Marshall, Get Him to the Greek, The Five-Year Engagement, Buenos vecinos). El codirector es Doug Sweetland, el del corto Presto de hace unos cuantos años y con destacada trayectoria como animador para Pixar.

Trolls es, antes que una película, casi la definición de lo que se entiende de manera peyorativa por producto: uno vistoso, vendible, llamativo. Y una película sin alma, sin ánima, no animada y que no se anima, que no puede armar emociones, cuyo relato es endeble probablemente porque confía demasiado en la acumulación de elementos. Pero estos elementos son meros ingredientes que apuntan a diferentes públicos y no necesariamente hacen cohesión. Los elementos de Trolls no son solidarios. La película tiene lujos en la banda sonora, colores y brillos de sobra, un 3D inoperante, y poca raigambre en las mejores tradiciones animadas (el cinismo shrekiano es un recurso agónico antes que una tradición). Cigüeñas es de Warner, y honra la historia animada de la compañía, por ejemplo con los lobos en formaciones delirantes y brillantemente cómicas. Hay secuencias con la velocidad absurda del cartoon, con humor anárquico, sin necesidad de atarse a las referencias teledirigidas hacia los adultos, con la convicción de que todavía es importante delinear personajes que vayan más allá de trazos básicos, la pasión palpable por la aventura del cine, y por la posibilidad y el placer del juego. Por la felicidad de poder jugar. Cigüeñas, además, es una de las pocas películas animadas estrenadas este año que no depende de una marca previa y no es un refrito de muchas otras fórmulas ya probadas. Cigüeñas cuenta un cuento, nada menos. Y, como decíamos, se permite y nos permite jugar.