Cazador de demonios: Solomon Kane

Crítica de Santiago García - Tiempo Argentino

Ambiciosa producción, pobres resultados

Kane es un héroe oscuro, destinado al infierno, que busca la redención luchando contras las fuerzas del mal. Una historia que se diluye por un guión poco consistente y una dirección que no la hace atractiva desde lo visual.

Hay películas desangeladas. Esto que parece un argumento un poco ambiguo y no muy fuerte para evaluar un film es, sin embargo, algo que cualquiera puede percibir a simple vista. Hay películas nacidas para ser apreciadas y recordadas, y otras que nacen con un destino efímero, irrelevante, con la única chance de generar un pequeño culto entre algunos pocos espectadores que conecten con la propuesta y se vuelvan fieles seguidores. Cazador de demonios está basada en un relato de Robert E. Howard, autor, entre otros personajes, de Conan, el bárbaro, que fuera llevado al cine en la década del 1980. Sus libros, paridos durante a las décadas del 1920 y 1930, son prácticamente claves del género de “espada y hechicería”, que hoy se ha diversificado y abierto por numerosos caminos: literatura, historieta, cine, televisión y videojuegos. Salomon Kane es un héroe oscuro, un condenado al infierno que busca la redención en una batalla contra las fuerzas del mal, que incluso habitan en él mismo. Interesante punto de partida que queda a mitad de camino por un guión poco consistente, pero sobre todo, por un trabajo de dirección que la convierte en una película poco atractiva desde lo visual. No es uno, sino muchos los motivos que hacen de la película una producción más cercana a las limitaciones de la televisión que a las posibilidades de la pantalla grande. Hollywood sabe cómo hacer estas producciones de acción, algunas son excelentes, otras son malas, pero todas son impactantes. Cazador de demonios no es una película de Hollywood, sino europea, de ambiciosa producción, pero de pobres resultados. Todo suena a barato –seguramente más de lo que es–: desde la fotografía hasta los decorados, pasando por los muy poco efectivos efectos especiales. El protagonista, James Purefoy, también adolece de las mismas limitaciones. Tan sólo la fugaz aparición del legendario actor sueco Max von Sydow y de Pete Postlehwaite elevan brevemente el nivel para luego volver a su fallida trama. Los temas acerca de la culpa y la redención, el heroísmo y el sacrificio que la película ofrece se terminan diluyendo en imágenes pobres, sin alto vuelo. Una verdadera pena, ya que las salas que ocupa una película como esta no permiten que se estrenen otros títulos superiores que se realizan en el cine mundial contemporáneo. <