Cazador de demonios: Solomon Kane

Crítica de Emiliano Fernández - CineFreaks

Un hombre de paz...

Resulta difícil no disfrutar de un producto “clase B” tan sincero y prolijo como Cazador de Demonios: Solomon Kane (Solomon Kane, 2009), adaptación libre de una saga creada en 1928 por el mítico Robert E. Howard, artífice principal de un subgénero muy transitado de la literatura fantástica denominado de “espada y hechicería”. A pesar de que Conan continúa siendo el personaje más conocido del estadounidense, a quien dio vida Arnold Schwarzenegger en Conan, el Bárbaro (Conan the Barbarian, 1982) y Conan, el Destructor (Conan the Destroyer, 1984), el que hoy nos ocupa también tiene sus adeptos.

La trama comienza con el mercenario Solomon Kane (James Purefoy) y su séquito entrando salvajemente en un misterioso castillo del Norte de África en el 1600: en vez de tesoros encuentran una colección de “espejos encantados” que los irán asesinando uno a uno. El protagonista advierte que “alguien” vendió su alma al mismísimo Diablo y a duras penas consigue escapar del dilema, sólo para verse obligado -de allí en más- a renunciar a la violencia a condición de que los moradores del infierno no den con su paradero. Lástima que los obstáculos del camino demuestran ser un poco más encarnizados que lo esperado…

Por supuesto que esto incluye una familia de puritanos que acude en su ayuda en el momento preciso, una damisela en peligro que pide a gritos ser rescatada y hasta un simpático villano cuyo único interés es esclavizar y masacrar. Vale aclarar que aquellos que estén buscando una catarata de brujas, nigromantes y criaturas del averno, saldrán algo defraudados de la sala porque éste es recién el capítulo inicial de lo que podría llegar a convertirse en una futura trilogía: la magia negra está bastante acotada y lo que prima es la batalla cuerpo a cuerpo y un desarrollo pausado de los avatares personales del pobre Kane.

El director y guionista Michael J. Bassett mantiene con inteligencia un tono de tenebrosa seriedad aunque se muestra incapaz de aportar un gramo de originalidad a un convite en extremo previsible: si por un lado la narración avanza a paso firme y los CGI están bien administrados, la falta de sorpresas termina jugándole en contra a las aventuras de este “hombre de paz” que no teme decapitar a sus enemigos (si el contexto lo amerita). Más allá de las participaciones de Max von Sydow y Pete Postlethwaite, es James Purefoy quien saca adelante la película componiendo a un héroe ni tan glorioso ni prosaico como otros...