Casanova Variations

Crítica de Guillermo Colantonio - Fancinema

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Los primeros 15 minutos de la película develan rápidamente el procedimiento escogido por Sturminger y al mismo tiempo lo agotan. Vemos gente ingresando al teatro, observamos los entretelones de la preparación de una obra, algunas palabras ensayadas por Malkovich e inmediatamente el ensamble entre diversos niveles de representación que transcurren entre la ópera, el teatro y el cine en un continuo vaivén que intenta disimular elegantemente los pasajes. Al principio, el juego tiene su encanto. Hay un texto base, que son las memorias de Casanova (escritas durante su declive como amante y un testimonio asombroso sobre el Siglo XVIII), en un estado embrionario capaz de impacientar a la condesa Elisa von der Recke, quien acude a su mansión con el fin de llevarse algo. Esto se engancha con la representación misma de esa situación en un teatro donde se emplean obras de Mozart y se utilizan todos los espacios posibles para la puesta en escena. Al mismo tiempo, la ficción y la realidad se cruzan de manera impertinente de modo tal que los actores pasan de un marco temporal a otro como si cruzaran una vereda. En un momento, una espectadora/actriz confundirá una muerte y atravesará el lugar para ayudar al protagonista hasta que le informan que es parte del espectáculo.

Si bien las modalidades están bien diferenciadas en cuanto a la iluminación y los textos empleados, la cámara se mueve acorde a los parámetros de la época actual, con cortes permanentes y variedad de ángulos, como si buscara en definitiva reforzar el carácter de obra inconclusa, de improvisación, y al mismo tiempo estar a la altura de una demanda perceptiva cuyo fundamento parece ser la rapidez y la fragmentación, como si de un ejercicio de multimedia se tratara. Los enlaces de una dimensión a otra están bien trabajados, creativamente, y el concepto de variación parece abrirse en abismo en la medida en que involucra diversos roles para la figura de Casanova, distintas performances para un mismo acontecimiento, las máscaras de Malkovich en su ámbito público como privado y la conjugación de los tiempos en un presente que no quiere cerrarse. Incluso, cuando el lastre literario aparenta adueñarse de la pantalla, hay graciosas intervenciones entre bastidores que corren a la película del marco solemne en el que se encuentra por naturaleza.

¿Qué es lo que falla entonces? La misma repetición del procedimiento. Una vez ofrecido, cae en el pantano de la reiteración y entonces la gracia se apaga lentamente. Cuando el hecho de cantar ópera se impone como registro enunciativo ante la espontaneidad y la frescura formal de la primera parte, el film se retira en ataúd de esa mansión, al igual que el eterno amante.