Caperucita roja

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Tras ganar uno de los premio principales del FIDMarseille 2020 con Río Turbio, Tatiana Mazú González presentó en el festival platense otro notable trabajo que la consolida como una de las referencias ineludibles de la nueva generación (tiene apenas 31 años).

Si bien en Río Turbio ya había algunos elementos autobiográficos, se trataba de una apuesta mucho más experimental en lo narrativo, lo visual y lo sonoro. En Caperucita Roja también va de los personal (lo familiar) a lo social, pero con una búsqueda más sencilla y cristalina, aunque no por eso menos arriesgada y valiosa.

Caperucita Roja es la historia de cuatro generaciones de mujeres de una familia, pero la esencia es recuperar las vivencias de la abuela Juliana, quien tuvo de niña una vida extremadamente dura en el monte y una granja de España antes de romper con un sino inevitablemente trágico para huir y radicarse en la Argentina en busca de una vida mejor. Largamente octogenaria, la encantadora anciana (y brillante en el arte de la sastrería) va charlando en tono confesional sobre todo con sus nietas Sofía y Tatiana, aunque también recita poemas, canta viejos temas y ofrece una acumulación de recuerdos dominados en muchos casos por el dolor.

Atentas a la vida de su abuela, las jóvenes recuperan combativas canciones de la época de la República y contrastan la existencia en un principio sometida y resignada de Juliana con el discurso empoderado de las jóvenes, parte de la avasallante marea verde que lucha por consolidar y ampliar los derechos de las mujeres.

Suerte de péndulo entre la admiración y el amor que sienten por la abuela y la búsqueda por romper con siglos de relaciones impuestas por el patriarcado, Caperucita Roja es un ensayo sobre los encuentros y las diferencias generacionales. Un retrato hilado, bordado con sensibilidad, humor, inteligencia y rigor. Contra todos los lobos de este mundo.