Cantantes en guerra

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

IDEAS DESCUIDADAS

Los pocos momentos rescatables de Socios por accidente surgían a partir de una mínima consciencia de lo que se estaba contando: el verdadero conflicto estaba depositado en el personaje de José María Listorti, que tenía que probarse a sí mismo desde lo personal, familiar y profesional a partir de quedar metido sin proponérselo en una aventura que lo excedía. El personaje de Pedro Alfonso no tenía verdaderos dilemas: ya estaba consolidado como padrastro, marido y agente de la ley, y su única función era argumental, ya que era quien arrastraba a Listorti por la intriga de acción. Eso no dejaba de ser un mérito: Alfonso es un tipo totalmente inexpresivo y lo único que puede hacer es darle pie a Listorti para que se luzca. Lamentablemente, Cantantes en guerra no toma en cuenta esa lección, producto de un apuro en la realización que recuerda a los tremendos problemas de Socios por accidente 2, donde nada funcionaba.

Aunque hay que reconocer algo: en Socios por accidente 2 ni siquiera había una idea más o menos tangible, mientras en Cantantes en guerra se pueden apreciar un par de elementos atendibles. El problema es que ninguna de esas ideas o planteos están mínimamente cuidados desde la narración o la puesta en escena. Y eso que la premisa desplegaba un terreno con potencial para la comedia: Ricardo (Listorti) y Miguel (Alfonso) son dos amigos que forman también un dúo musical, y que se presentan en un casting para nuevos talentos. Pero allí solo quieren a Ricardo, quien traiciona a Miguel, dejándolo de lado, para convertirse en una estrella de la música nacional, mientras el otro pena dando clases particulares. Sin embargo, muchos años después, terminan reencontrándose luego de un accidente de tránsito y por una serie de circunstancias Miguel obtiene una segunda oportunidad para adquirir fama, mientras Ricardo ve como su estrellato entra en una espiral descendente. Ahí había chances de trabajar distintas cuestiones vinculadas a la fama, la forma en que los medios crean estrellas casi de la nada para luego destruirlas sin mosquearse, la superficialidad de ciertos artistas o los límites que se pueden cruzar en pos de conservar notoriedad.

Pero no, todo queda a medias, porque el enfrentamiento entre los protagonistas tarda una enormidad en platearse y luego es apenas desarrollado; Listorti enseguida agota los guiños de su personaje y jamás causa gracia; si Alfonso no sabe manejar distintas variables expresivas, su personaje no tiene una sola línea decente y la esposa e hija que lo acompañan en su súbito salto a la fama están totalmente desdibujadas, como meros estereotipos; la trama jamás encuentra el ritmo apropiado y todo avanza a los tropezones; y casi no hay planos que se pueden emparentar con lo cinematográfico y que salgan de lo televisivo. Pero encima, Cantantes en guerra tampoco cuida los pocos hallazgos que encuentra a medida que transcurre el metraje: hay un fan/secretario de Ricardo interpretado por Facundo Gambandé que tiene aristas interesantes y un giro que podría ser productivo, pero no se le da suficiente entidad; un interés amoroso para Ricardo que prometía desde un puñado de diálogos, pero al que se deja de lado rápidamente; apariciones de Dady Brieva, Sebastián Presta y Miguel Ángel Rodríguez que se quedan en meras insinuaciones; y hasta alguna ocurrencia visual que queda como un oasis en el desierto.

Por eso no es extraño que Cantantes en guerra termine arribando a un final donde cierra todos los conflictos con una total arbitrariedad. No hay cuidado alguno desde la dirección o el guión, y el film de Fabián Forte naufraga sin remedio, como esas estrellas efímeras que a cada rato inventa la televisión argentina.