Canal 54

Crítica de Marcos Ojea - Funcinema

ASUNTO CLASIFICADO

Las teorías conspirativas en torno a la llegada del hombre a la luna son muy populares. Una de ellas propone que fue el mismo Stanley Kubrick quien la filmó en un estudio. Otra dice que en realidad Kubrick rechazó el proyecto, y que fueron unos jóvenes estudiantes de cine los que montaron el alunizaje, para después ser perseguidos por agentes de la CIA que no querían dejar cabos sueltos. En 2013, los argentinos Lucas Larriera y Pepa Astelarra estrenaron Alunizar, un muy personal aporte a la causa, con la forma de un documental que indagaba sobre ese primer paso en suelo lunar. Canal 54, dirigida por Larriera en solitario, es un desprendimiento de aquella película: lo que principio parece ser el registro del impacto imprevisto del film, con el director dando una charla para la NASA en Madrid, pronto deriva en una trama detectivesca y melancólica alrededor de la figura de Norberto Otero, el protagonista de esta historia.

Radicado en Avellaneda, técnico de profesión y radioaficionado, Otero fue partícipe de un hecho que hasta hoy sigue sin explicación. El 20 de julio de 1969, mientras el mundo veía por televisión la llegada del Apolo 11 a la luna, Otero captó una transmisión distinta. Equipado con una modesta antena y un pequeño televisor norteamericano, recibió las imágenes del alunizaje, pero captadas desde otros ángulos, con diferencias que la separaban indudablemente de la transmisión oficial. Previsor de un posible escepticismo, fotografió lo que estaba viendo; esas fotografías lo llevaron más tarde a una fama moderada, que pronto se apagó. Las preguntas que se disparan de forma inevitable (el origen de esas imágenes, pero también la veracidad del relato de Otero) dan lugar a la investigación que lleva a cabo el director, entrevistando a especialistas y a la gente que lo conoció.

Adhiriendo a una práctica cada vez más frecuente, Larriera le imprime a la película un tono autorreferencial, como si quisiera narrar a Otero a partir de sí mismo. Al mismo tiempo, y de manifiesto durante la primera parte, utiliza un procedimiento que le da al espectador la sensación de que el documental se está armando frente a sus ojos: las reflexiones sobre la película anterior, el encuentro con un actor que más tarde personificará a Otero, el recuento de las obsesiones que lo llevan a seguir involucrado con el tema. La apuesta no deja de ser interesante, pero plantea una guerra en pantalla, porque el interés que suscita Otero muchas veces entra en conflicto con la presencia del director, convencido incluso de la relación del personaje con su propia historia familiar.

A pesar de esto, ese misterio llamado Otero crece dentro del relato, adquiere matices (la entrevista al abogado fanático de las armas, que cuenta que Otero idolatraba por partes iguales a Marylin Monroe y a Hitler, es un hallazgo) y se vuelve fascinante. Concentra a la vez lo entrañable -relacionado a su presencia en el barrio, a mitad de camino entre el buen vecino y el científico loco- y lo oscuro, a partir de su vínculo con una conspiración, o tal vez con una farsa. Aunque el ritmo de la película sea cansino, y el tono finalmente ceda a la melancolía de lo indescifrable, Larriera nos invita a que creamos en ese radioaficionado que, accidentalmente o no, por una noche fue parte de algo extraordinario. Más por Otero que por Canal 54, le aceptamos la invitación.