Caminando entre tumbas

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Presencia magnética en sólido thriller

Liam Neeson: con su conversión (madura) en protagonista exitoso de thrillers de acción vengativa, el irlandés ha mutado de actor -en La lista de Schindler del maestro Spielberg, por ejemplo- a presencia magnética. No es que antes le faltara magnetismo ni que ahora no sea actor, pero desde el éxito global de las Taken (Búsqueda implacable) Neeson ha ganado tal aplomo y tal confianza física que necesita cada vez menos para ofrecer más. Este Neeson es ese hombre atormentado y parco que intenta reparar, hacer justicia contra seres aún más oscuros que él.

Caminando entre tumbas apuesta con conciencia a esta versión de Neeson siglo XXI para llevarlo a una acción que transcurre en el siglo XX: en dos tiempos, 1991 y 1999, justo antes del supuesto desastre que iba a producirse por el "bug informático Y2K". Importa la ubicación temporal: esa amenaza no se concretaría aunque otra sí, más física: las Torres Gemelas estaban allí todavía. Pero hay otro procedimiento de viaje en el tiempo que plantea este policial oscuro y sórdido: el viaje estilístico -por luz, por música, por suciedad urbana, por cielos nublados, por la poca luminosidad en todo sentido- al thriller urbano de los setenta, esa década gloriosa del cine estadounidense. Hacia allí apunta el director Scott Frank (con sólo un largo previo pero con mucha experiencia como guionista) mediante esta historia de un policía retirado con traumas del pasado que es contratado de forma privada para encontrar a los asesinos de la mujer de un narcotraficante.

Por momentos, sobre todo en los del planteo y la investigación, la sucesión de locaciones despojadas de glamour y la aparición de personajes inquietantes, siniestros, averiados y/o quebrados, este policial echa raíces -algunas felizmente climáticas, otras meras menciones en palabras y en vestuario al noir clásico- en una narrativa estimulante de tradiciones sólidas. Sin embargo, progresivamente, al explicar el trauma del personaje, al combinar la secuencia final con los mandatos de la recuperación, al injertar al personaje "a rescatar" la película se debilita, al punto de volverse un tanto torpe, declamativa y adocenada sobre el final. Una lástima, sobre todo porque hay aquí unas cuantas puntas cinematográficamente nobles, de una modestia genérica cada vez más difícil de encontrar.