Calabozos & Dragones: Honor entre ladrones

Crítica de Rodrigo Seijas - Funcinema

ENTENDER LO LÚDICO (Y LA DIVERSIÓN)

No debe compararse a Calabozos y dragones: honor entre ladrones con la primera adaptación cinematográfica del juego de mesa realizada en el 2000, que era un completo desastre y no se podía tomar muy en serio. En cambio, se puede establecer paralelismos con adaptaciones más recientes (y ambiciosas), como Warcraft: el primer encuentro de dos mundos, que también buscaba instalar una franquicia. Es que tanto la película de Duncan Jones como la de John Francis Daley y Jonathan Goldstein buscan recrear en la pantalla grande mundos ciertamente complejos, donde conviven toda clase de criaturas y narrativas que los sustentan, siempre con presupuestos gigantescos. Pero si la primera no lograba poner a dialogar el lenguaje del cine con el del juego en el que se basaba, la segunda entiende bastante mejor su tarea y logra, aún con desniveles, resultados mucho más estimulantes y atractivos.

Hay otra equivalencia relevante entre Warcraft: el primer encuentro entre dos mundos y Calabozos y dragones: honor entre ladrones: los relatos que ensamblan son casi imposibles de explicar: sucesiones de idas y vueltas argumentales, una multitud de personajes, eventos, mitologías y actos mágicos interrelacionados, que se sostienen alrededor de una estructura básica que en muchos tramos amenaza con ser sobrepasada. Pero, a diferencia de Jones, Daley y Goldstein ya tienen una trayectoria importante en la comedia, vocación por el humor despreocupado y por algo hicieron una película como Noche de juegos, que exponía los artificios de lo lúdico para despojarlos de toda solemnidad. Y entienden que, en el fondo, todo se trata de un juego, que lo que importa es la dinámica aventurera -con sus normas y códigos- y, principalmente, los personajes. La magia, obstáculos, artefactos, mitos y monstruos propios del universo en el que se mueven los personajes son, en verdad, excusas para fusionar los elementos típicos del juego de rol con la materialidad esencial del cine, en un relato que avanza a toda velocidad.

De ahí que Daley y Goldstein seleccionen porciones de información y solo en ciertos casos recurran a explicaciones que detengan la narración, mientras con el resto dan por sabido lo que se ve o escucha. No porque consideren que el espectador sea un conocedor de los juegos de rol, sino porque hay una dosis precisa de confianza en ciertos marcos de conocimientos básicos para lo que requiere un relato de aventuras. Porque, al fin y al cabo, Calabozos y dragones: honor entre ladrones no se olvida de que podrá presentarse como una adaptación de un juego de mesa, pero que para eso debe ser, primero que nada, una aventura en toda regla. Una aventura sobre un ladrón tratando de recuperar a su hija y su esposa, pero también la fe en sí mismo y en los demás, al que lo acompaña un grupo de marginales y perdedores que también buscan probar su valía ante el mundo y elevar sus autoestimas.

Desde ese propósito, Calabozos y dragones: honor entre ladrones construye personajes ciertamente imperfectos, pero queribles y que se expresan mayormente desde la acción, recurriendo en muchos pasajes la materialidad de los dibujos animados. A la vez, utiliza herramientas propias de la road-movie, la comedia física, las películas de robos e incluso el drama paterno-filial, pero sin regodearse en las capas de sentido. En cambio, procura que sea el espectador el que crea en lo que se está contando, con una puesta en escena que no teme probar los límites espacio-temporales. Ahí tenemos, por ejemplo, una escena que que juega con los mecanismos narrativos típicos de los flashbacks o un escape narrado con un plano secuencia que es pura tensión. Y les da vía libre a los talentos de Chris Pine, Michelle Rodriguez, Justice Smith y Sophia Lillis, aunque es la segunda la que sale mejor parada, a partir de cómo consigue transmitir su punto de vista a las piñas.

¿A Calabozos y dragones: honor entre ladrones le sale todo como se propone? No del todo, en gran medida porque estira en demasía su trama y cede en algunos pasajes a una discursividad excesiva, en particular a través del personaje encarnado por Regé-Jean Page. Sin embargo, sin maravillar, señala un camino posible para las adaptaciones de propiedades vinculadas con lo lúdico (sean juegos de mesa, juguetes o videojuegos), que pasa por privilegiar la diversión directa y honesta antes que la solemnidad. Y de paso nos entrega una historia donde los protagonistas, incluso cuando están arrinconados y al borde de la muerte, nunca dejan de jugar, de lanzar los dados apostando todo o nada.